Luis Dapelo: ¿Cómo era el Borges privado?

María Kodama: Su vida era muy simple, era como la de cualquiera de nosotros. Se levantaba, escribía, si tenía ganas recibía a los periodistas, a los estudiantes por la mañana y después almorzaba a veces con algunos de ellos. Por las tardes corregíamos los textos que él había comenzado el día antes o esa mañana. Una vida normal: íbamos al cine, salíamos a caminar, comíamos con amigos o solos, dependía de los programas o actividades del día.

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LD: ¿Cómo era la personalidad de Borges?

MK: Borges tenía una personalidad fascinante. Era una persona fundamentalmente libre y yo diría que, desde mi punto de vista, la definición que mejor le cabe es la de un ser libre y fuerte como para poder ir en contra de la corriente y sostener, a pesar de la contracorriente, sus ideas, mientras él creía en esas ideas y estaba convencido que eran ciertas y dignas de lucha. Pero, si se daba cuenta que estaba equivocado, no tenía ningún inconveniente en reconocerlo, lo cual es muy difícil de ver en la gente. Lo hacía públicamente y daba la razón al contrincante si la tenía. Entonces yo creo que eso es realmente admirable. Además, era un ser con firmes convicciones en lo que respecta sobre todo su propia vocación. Él siempre supo y tomó como su destino ser un escritor. Lo supo desde muy chico y eso también marca toda una personalidad, una fuerza increíble, dado que su camino no fue tan fácil y, en realidad, el reconocimiento comienza para él recién cuando tiene 60 años…

LD: Cuando recibe el Premio Formentor que da un gran impulso a la difusión de sus obras…

MK: Así es. Entonces todo ese reconocimiento de la intelectualidad que le fue dando hace que él comience a surgir a una edad en que otras personas, habiendo iniciado tan joven como él, ya tienen una carrera consolidada. Él la tenía consolidada por lo que respecta a su trabajo. Pero ese reconocimiento, que empieza a ser mundial y que estalla un lustro después de viajes que comienza a hacer y de las conferencias que va dando, muestran toda la fuerza interior que él tenía. Justamente, esa fuerza la demuestra la obra, es decir, la fuerza o la debilidad de un ser creo que está dada por la obra que deja, por lo que hace, en el terreno que le toque a esa obra, ya sea intelectual o artesanal o en la más aparentemente menos brillante de las cosas. Pero yo creo que eso es lo que uno va dejando y lo que él ha dejado muestra cómo es libre interiormente, a pesar de que, a veces, tenía ese aspecto tan frágil que podía ser mal interpretado. La gente podía llegar a pensar que no tenía carácter, que estaba sometido por su madre y por mí, pero todo eso no es así. Él era un ser totalmente libre y su obra lo demuestra, su obra demuestra esa fuerza interior y esa libertad.

Borges y yo 2

Luis Dapelo: ¿Cómo fue su encuentro con Borges?

MK: Bueno digamos que hay tres encuentros: uno auditivo, que fue cuando yo tenía cinco años y una profesora me daba clases de inglés. No sé si aprendí el inglés con ella, pero sí muchas cosas porque era una persona muy fascinante. El método que tenía esa señora consistía en leerme en inglés lo que ella estaba leyendo y luego hacer una traducción comprensible para una criatura de cinco años, y seguir adelante con su texto. Ese era el método y esa señora, cuando yo tenía cinco años, me leyó los dos poemas ingleses de Borges, uno de los cuales, según lo que ella me explicó y lo que podía entender, me impresionó muchísimo. Poco tiempo antes, ella estaba leyendo César y Cleopatra de Shaw y entonces me hacía una descripción adecuada para una criatura de cinco años, de lo que era César, de lo que significaba ser emperador y máxima autoridad para los romanos, de lo que había hecho ese hombre y de su amor por Cleopatra. Todo eso como si fuese un cuento para una niña de 5 años. Luego me leyó esos poemas y, en tres o cuatro versos, vi un ser o algo que era totalmente opuesto a eso que me había descrito como la personalidad de Julio César. Y esa personalidad, que ella me presentó en palabras simples para que yo las pudiera entender, me fascinó. No logro entender por qué. Quizás porque yo era una criatura muy solitaria y quizás sentía como una proximidad de amistad, de empatía por alguien que podía sentir las cosas como yo las sentía en ese momento. Y eso ocurrió cuando tenía cinco años.

LD: ¿Cómo se produjo el segundo encuentro?

MK: El segundo se produjo cuando yo tenía doce años. Como yo quería estudiar literatura y ya escribía, un amigo de mi padre pensó que era muy importante que yo conociera a ese hombre que admiraba, que para él era el máximo escritor. Entonces, por lo menos una vez en la vida, yo tenía que escuchar a ese hombre y verlo. Asistí a una conferencia de la cual no entendí absolutamente nada, por supuesto. Pero si bien no entendí nada, ciertas cosas me llegaban. La palabra, la poesía, la literatura, la filosofía son como la música, es decir, sonidos y en la entonación de la voz de alguien que dicta una conferencia hay, de todos modos, algo que despierta en nosotros determinados sentimientos o emociones. Luego salí de la conferencia, me lo presentó este señor, se acercó, lo saludé, le di la mano y me fui como cualquier otra persona.

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LD: ¿Y el tercero?

MK: El tercer encuentro fue un día mientras yo estaba caminando por Florida. Lo vi, me acerqué, como una chica de dieciséis años, un poco atolondrada, que tiene esos recuerdos que en ese momento se hacen más precisos de esa persona, y le dije que lo había escuchado una vez cuando era chica, que me acercaba para saludarlo y ahora era grande. Él, no sé por qué, evidentemente por la voz, se había dado cuenta de que no era tan grande y me dijo que yo debía ser una persona adulta. Le respondí que sí y me dijo: “le hago una propuesta: ¿quiere estudiar anglosajón?” Yo le dije que sí e inmediatamente me di cuenta que no tenía ni la más remota idea de qué era eso. Le contesté que yo no sabía qué era eso, él se rió y me dijo que eso era el inglés antiguo. Le pregunté: “¿Shakespeare?” y él me dijo no, mucho más antiguo. Desde ese momento empezamos a estudiar y nos veíamos en la Fragata cerca de la calle San Martín, en distintos bares que hoy han desaparecido. A veces también en el Saint James que ya no existe. Él llegaba con los libros y con el diccionario -todavía caminaba solo en esa época por la calle- y comenzamos a estudiar el anglosajón. Después la vida fue tejiendo toda una historia. Elegí el irlandés e inició a dictarme algunas cosas. Traía libros para ayudarlo a refrescar datos para preparar las conferencias y, bueno, la vida siguió tejiendo toda esa historia maravillosa. Yo, paralelamente, terminé el secundario, cursé mis estudios en la universidad, tenía mi trabajo y me dividía el tiempo en una vida tan complicada como la que tengo ahora pero muchísimo más feliz por supuesto.

LD: ¿Cuánto duraban esas lecciones?

MK: Ah, eran infinitas porque, por ejemplo, cuando terminaba el colegio y los deberes, nos encontrábamos por ahí a las cinco, a las seis de la tarde, cuando él y yo podíamos. Porque, a veces, yo me escapaba. Bueno podía durar hasta las siete o más tarde, según los compromisos que él tuviera.. No era una cosa fija ni rígida. Por suerte con él nada era fijo ni rígido. Todo se daba, digamos, espontáneamente. Era maravilloso.

Borges y María Kodama

LD: Cuénteme de las amistades de Borges.

MK: Bueno, Borges tenía muchísimos amigos y yo conocí a muchos de ellos. Por ejemplo, sentía un profundo afecto y admiración por Carlos Mastronardi, un poeta muy querido por él, muy amigo de él y creía que no había tenido el reconocimiento que merecía tener. Me acuerdo que yo lo acompañé, que él lo sintió mucho cuando falleció y lo velaron en la Sociedad Argentina de Escritores. Era una persona a la que él tenía mucho aprecio. Después en otro tipo de relación de amistad no tan profunda pero que él siempre decía que era muy agradable estaba, por ejemplo, Mujica Láinez. Borges decía de él que era la persona que estaba no solamente en los malos momentos sino que también era el primero en llamarlo y alegrarse por los buenos momentos. Digamos que no se veían nunca salvo en eventos oficiales y, sin embargo, cuando Borges recibía un premio o en cuanto Borges tenía una operación de la vista, me contaba que Mujica Láinez era el primero en llamar. O sea que no siempre se veían pero había un afecto profundo y una preocupación constante por parte de él. Bioy Casares con el que bueno colaboró en las obras y se frecuentaron mucho. Luego con Silvina Ocampo tuvo una amistad muy entrañable y admiraba mucho lo que hacía. Borges decía que Silvina, por ejemplo, era realmente una creadora porque había hecho una pintura y una exploración sobre todo del mundo de la infancia, del mundo perverso de la infancia. Era una persona que vivía fuera de todo lo que significara notoriedad.  Conducía una vida totalmente retirada y Borges la consideraba realmente genial. Después, por ejemplo, Alberto Girri, poeta extraordinario que era muy amigo de él y con el que comíamos muchísimas veces, y con Enrique Pezzoni, docente de la Facultad de Filosofía y Letras, también extraordinario profesor y crítico literario.

LD: Y colaborador de Pepe Bianco en la Revista Sur…

MK: Exactamente. Se daban conversaciones maravillosas porque hablaban de poesía y discutían sobre la poesía con conceptos a veces muy distintos, pero era una relación muy interesante, muy enriquecedora pienso que para ambas partes. Y después, por ejemplo…

LD: ¿Con Sábato?

MK: Con Sábato habían sido amigos pero luego, por cuestiones políticas, se separaron y luego se reencontraron. Yo tengo un muy lindo recuerdo de Sábato: un día, cuando Borges estaba haciendo los análisis y se sabía que estaba enfermo, lo encontré una vez y estaba sentado en la mesa con alguien, se levantó y me preguntó realmente con mucho interés y preocupación por la salud de Borges. Sabato emanaba algo muy lindo, como de preocupación y de aprecio, de afecto. También otra relación, no de amistad profunda pero sì de descubrimiento -eso creo que también es tan valioso como una amistad profunda- fue con Cortázar. Borges fue el primero en publicar la primera obra de Cortázar “Casa tomada”, un cuento. Tengo un recuerdo maravilloso de un encuentro por azar…

LD: Con ese joven lleno de talento como dijo Borges…

MK: Exactamente. Tengo un recuerdo muy lindo: una vez que estábamos en Madrid y Cortázar era un hombre ya consagrado que había venido creo para hacer entrega del Libro de Manuel. Políticamente eran totalmente distintos y yo sabía eso. Estábamos en el Museo del Prado y para mí queda para siempre en mi memoria esa escena como una slide. Porque yo adoro a los dos: a Borges como escritor, dejando de lado mi afecto como ser humano, mi amor por él, y a Cortázar puesto que ambos son igualmente valiosos y despiertan en mí cosas maravillosas. Yo estaba con Borges delante de uno de mis cuadros preferidos de Goya -me gusta la pintura negra de Goya- el “Perro semihundido” y, en ese momento, vi la figura de Cortázar, tan alto que era totalmente imposible no ver. Entonces, a mí se me escapó del alma, ¡ahí está Cortázar! y luego me di cuenta que lo ponía a Borges en un compromiso porque quizá él no quería verlo, no quería saludarlo por esa cuestión política tan fuerte que los dividía. Entonces me dijo: “¿Usted quiere saludarlo?” “Como usted quiera.”, respondí y, mientras estaba diciendo eso, Cortázar lo vio y se puso a caminar hacia nosotros. Cortázar lo abrazó y le dijo: “Maestro nunca voy a olvidar que gracias a usted yo publiqué mi primer cuento”. Fue maravilloso ver a ese hombre, que ya tenía la fama internacional, agradecer como un niño a Borges quien se mostró muy afectuoso también con él. Para mí fue una cosa inolvidable, maravillosa, realmente maravillosa. Son esas cosas que no sé, que a uno le dan deseos de vivir ¿no? Maravilloso.

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LD: ¿Cómo fue el encuentro con Octavio Paz? ¿Estuvo presente?

MK: Sí, yo estuve presente. Con Octavio Paz tuvimos varios encuentros en Buenos Aires, en Nueva York, en distintos lugares del mundo y lo maravilloso fueron esas conversaciones que tuvo Borges con Octavio Paz porque, realmente, eran así las conversaciones. Quiero decir dos personajes que tenían el mismo background, la misma preparación y que discutían ideas; no eran preguntas y respuestas, eran discusiones profundas de las ideas. Maravillosos fueron también los encuentros que tuvimos con Marguerite Yourcenar, con la cual mantuvimos una relación mágica, muy especial. Nos veíamos poco, pero hablábamos mucho por teléfono y cuando coincidíamos eran momentos de una riqueza y profundidad increíbles.

LD: Borges y Europa. ¿Qué recuerdos tiene de los viajes que realizó con Borges?

MK: Cada país por cierto es una historia diferente, un recuerdo diferente pero, por ejemplo, pienso que, por varios motivos, ciudades muy especiales y mágicas para nosotros eran Venecia, Reykjavik, Londres, que tenía muchas connotaciones para él y París, con la que se reconcilió porque, cuando él era joven, parece que no le gustaba. Luego hicimos muchos viajes a Francia, tenemos allí muchos amigos y, poco a poco, fue reconciliándose, rescatándola, así que la quería y eso es lo importante. Digamos que la relación quedó bien y además Francia fue, como decía, muy generosa con él, lo llenó de honores, de cariño y de reconocimiento. Después, por ejemplo, de España le gustaban sobre todo Granada, Córdoba, Sevilla, Toledo que para él, justamente, representan digamos todo lo que es la amalgama, el crisol de culturas distintas que dan otra historia. Nueva York, Manhattan, era una de sus predilecciones.

LD: ¿Por qué Borges eligió Ginebra?

MK: Para Borges, Ginebra era muchas cosas y es muy curioso porque, por ejemplo, cuando su familia va a Europa, quedan como prisioneros porque estalla la Primera Guerra Mundial. No pueden volver, permanecen allí y él tiene que ir al colegio en Ginebra. Borges no guardó un buen recuerdo porque se sintió, de algún modo, atrapado. Para un chico el aprendizaje fue duro porque llegaba sin saber el francés y tenía que incorporarse a un colegio y hablarlo. Al mismo tiempo representó el descubrimiento del respeto y de la solidaridad. Eso cuando el tiempo decantó la recordaba no con enorme alegría y los años hicieron, a medida que creció, que fuera descubriendo todo lo que ese lugar le había enseñado, le había dado porque me acuerdo, por ejemplo, que el profesor de dibujo le decía –No, no, pero yo no quiero que ustedes hagan esa escalera viendo la escalera, ustedes hagan lo que sienten de esa escalera- Entonces todo un sistema que era diferente, me acuerdo la emoción que él tenía cuando me contaba, por ejemplo, que los chicos eran crueles. Cuando iba al colegio, en Buenos Aires, tenía que pasar por las calles de Palermo que no era el lugar sofisticado que es ahora. Palermo era la “banlieue”, el arrabal, un lugar periférico. Allí vivían los compadritos. Desde muy niño Borges era miope, usaba anteojos y además sus padres lo mandaban al colegio vestido como un chico de Eaton. Sus compañeros, que eran los hijos de los compadritos, se burlaban de él, lo llamaban cuatro ojos, se reían de la forma en que iba vestido y de pronto llega a Ginebra, y se entera, tiempo después, que sus compañeros pidieron al profesor que no le exigiera como a ellos porque ese chico era extranjero y ni siquiera podía reconocer cuando lo llamaban, porque le decían Borgés y él era Borges y no podía acostumbrarse a escuchar la pronunciación deformada del apellido. Todos sus compañeros de clase fueron a pedirle eso al profesor y eso produjo en él gratitud y después, por ejemplo, ver cómo acogían a los refugiados de la Primera Guerra Mundial con hospitalidad y respeto. Entonces todas esas razones hicieron que, con los años, para él, Ginebra fuera el lugar de la razón, que es lo que él más apreciaba.

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Fuente : Nuoviorizzontilatini

Luis Dapelo, 2005.

http://www.nuoviorizzontilatini.it/borges-privado-dialogos-maria-kodama/

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