CON EL CIELO AL REVES

CON EL CIELO AL REVES

La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquíades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada: Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios 8n la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para siempre. Rebeca esperaba el amor a las cuatro de la tarde bordando junto a la ventana. Sabía que la mula del correo no llegaba sino cada quince días, pero ella la esperaba siempre, convencida de que iba a llegar un día cualquiera por equivocación. Sucedió todo lo contrario: una vez la mula no llegó en la fecha prevista. Loca de desesperación, Rebeca se levantó a media noche y comió puñados de tierra en el jardín, con una avidez suicida, llorando de dolor y de furia, masticando lombrices tiernas y astillándose las muelas con huesos de caracoles.
Vomitó hasta el amanecer. Se hundió en un estado de postración febril, perdió la conciencia, y su corazón se abrió en un delirio sin pudor. Úrsula, escandalizada, forzó la cerradura del baúl, y encontró en el fondo, atadas con cintas color de rosa, las dieciséis cartas perfumadas y los esqueletos de hojas y pétalos conservados en libros antiguos y las mariposas disecadas que al tocarlas se convirtieron en polvo.
Aureliano fue el único capaz de comprender tanta desolación. Esa tarde, mientras Úrsula
trataba de rescatar a Rebeca del manglar del delirio, él fue con Magnífico Visbal y Gerineldo Márquez a la tienda de Catarino. El establecimiento había sido ensanchado con una galería de cuartos de madera donde vivían mujeres solas olorosas a flores muertas. Un conjunto de acordeón y tambores ejecutaba las canciones de Francisco el Hombre, que desde hacía varios años había desaparecido de Macondo. Los tres amigos bebieron guarapo fermentado. Magnífico y Gerineldo, contemporáneos de Aureliano, pero más diestros en las cosas del mundo, bebían metódicamente con las mujeres sentadas en las
piernas.