Laurent Baheux

Laurent Baheux es un fotógrafo autodidacta francés, nacido en Poitiers en 1970.

Su foco principal son los grandes mamíferos africanos, fotografiados en blanco y negro, con fuertes contrastes.

Su práctica y conocimiento del mundo del deporte le abrió las puertas de las principales agencias de fotografía. De ahí en adelante, ha realizado la cobertura de las más importantes competiciones.

Siempre ha estado fascinado por África.

 

“Scarface, león al viento / Lion in the Wind”, Kenya, 2013 © Laurent Baheux

 

.”Hipopótamo / Hippopotamus” © Laurent Baheux

En 2003, durante una visita a Tanzania, comenzó su obra personal sobre la vida salvaje; su belleza, fuerza, dureza y gran fragilidad. Escogió el blanco y negro, con sus juegos de sombras, luz y contrastes, para inmortalizar escenas raras y efímeras de la naturaleza, intentando constantemente sublimar a los animales para capturar la magnificencia de sus actitudes, la emoción de su mirada… A través de esta auténtica búsqueda, Laurent busca mostrar la vitalidad de esas especies mientras aún están vivas, aunque más amenazadas que nunca, y la inmensa riqueza que representan para el planeta.

 

“Guepardo / Cheetah” © Laurent Baheux

 

“Explosión del polvo I / Dust Explossion I” © Laurent Baheux

Laurent acompaña y apoya las obras de organizaciones que trabajan por la protección de la naturaleza y la preservación de la biodiversidad. Desde 2013 apoya las acciones del Programa Ambiental de las Naciones Unidas (UNEP), como Embajador de Buena Voluntad para la muestra “Salvaje y Preciado”, organizada en colaboración con la fundación GoodPlanet, en el 40 aniversario de la Convención sobre el Tráfico Internacional de Especies Amenazadas (CITES)

Ha comprendido que sus imágenes pueden ayudar a crear conciencia pública sobre la importancia de preservar y proteger la vida salvaje.

 

“Crinière de lion / Melena de león / Lion’s Mane” © Laurent Baheux

 

“Cebras / Zebras”, Sudáfrica, 2004 © Laurent Baheux

«Mi padre me enseñó acerca de la naturaleza cuando yo era muy joven, en paseos por el campo. Me mostró lo que podría existir en términos de mamíferos silvestres. [Mi interés] viene sobre todo a partir de ahí. Creo.»

“Guepardo / Cheetah” © Laurent Baheux

«Nos levantamos al amanecer o antes del amanecer. Luego vamos a buscar lo que podría estar sucediendo a nuestro alrededor. En África hay una población animal densa en algunos territorios protegidos de los humanos. Aquí es donde tiendo a ir a buscarlos. Durante el encuentro trato de capturar momentos de la naturaleza, algo que puede parecer relativamente simple, pero son completamente mágicos, al menos ante mis ojos. A menudo estamos hasta el atardecer, cuando llego a casa, tomándome mi tiempo, con las imágenes en la cámara y en mi cabeza.»

 

Izq./ Left: “Babuinos / Baboons” – Der./ Right: “Flamencos / Flamingos” © Laurent Baheux

 

·“Retrato de un león / Lion’s Portrait”, Kenya, 2006 © Laurent Baheux

«Es verdad que me encantan los grandes mamíferos: el elefante, el rinoceronte, el búfalo, la jirafa, la cebra … pero el león es el más impresionante debido a su carácter, su fuerte personalidad. El depredador más fuerte de África es el rey de la selva y que es evidente en todo lo que es o hace. África sin leones ya no sería África.»

 

“Cruzando la llanura I / Crossing the plain I” © Laurent Baheux

 

“Lion en son royaume / León en su reino / Lion in his Kingdom” © Laurent Baheux

 

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“Cebra con pájaros / Zebra with birds”, Masai Mara, Kenya 2014 © Laurent Baheux

 

 

 

Agradecemos muchìsimo a: http://elhurgador.blogspot.com/

“Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”

DISCURSO DE JUAN GELMAN | EMOTIVA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES

Artículo publicado en El Paìs de Madrid, 24 de abril de 2008

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[…] Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal. […] A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos Dürftiger Zeite, estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose Wozu Dichter, para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.

[…] Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, san Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, …] ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?

..] Santa Teresa y san Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, […] Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra desaparecido es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.

[…] ¿Cómo habrá sido el hombre, don Miguel? […] aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma. […] así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.

…] Este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes …]

…] Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. […] Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: “el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto”, uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?

…] Desde el lugar de presunto caballero andante, […] Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. …] Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.

Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es.

…]

He celebrado hace dos años, […] mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.

Para san Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.

Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. “¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!”, exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.

[…] Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.

Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque “esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso”. Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran “lastimándolo” desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice “siempre mañana y nunca mañanamos” agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.

Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.

Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: “lo que finalmente nos resguarda / es nuestra desprotección”. Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.

 

 

Fuente: http://elpais.com/diario/2008/04/24/

Solo el amor

por José Ángel Valente

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  Cuando el amor es gesto del amor y queda
vacío un signo solo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.
   Cuando tú y yo estamos frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
                              Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que solo el amor
abra tus labios a la luz del día.

 

En la tierra de nadie, sobre el polvo

por Carmen Conde

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En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.

Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros «saben» que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.

Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, sólo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.

Escuchadme una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.

Alguien sueña

Autor: Jorge Luis Borges

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¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras , el ápice?
Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso.
Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría.
Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas.
Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda.
Ha soñado la aniquilación de Cartago por el fuego y la sal.
Ha soñado la palabra, ese torpe y rígido símbolo.
Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido.
Ha soñado la primera mañana de Ur.
Ha soñado el misterioso amor de la brújula.
Ha soñado la proa del noruego y la proa del portugués.
Ha soñado la ética y las metáforas del más extraño de los hombres, el que murió una tarde en una cruz.
Ha soñado el sabor de la cicuta en la lengua de Sócrates.
Ha soñado esos dos curiosos hermanos, el eco y el espejo.
Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara.
Ha soñado el espejo en que Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez.
Ha soñado el espacio. Ha soñado la música, que puede prescindir del espacio.
Ha soñado el arte de la palabra, aún más inesplicable que el de la música, porque incluye la música.
Ha soñado una cuarta dimensión y la fauna singular que la habita.
Ha soñado el número de la arena.
Ha soñado los números transfinitos, a los que se llega contando.
Ha soñado al primero que en el trueno oyó el nombre de Thor.
Ha soñado las opuestas caras de Jano, que no se verán nunca.
Ha soñado la luna y los dos hombres que caminaron por la luna.
Ha soñado el pozo y el péndulo.
Ha soñado a Walt Whittman, que decidió ser todos los hombres, como la divinidad de Spinoza.
Ha soñado el jazmín, que no puede saber que lo sueñan.
Ha soñado las generaciones de hormigas y las generaciones de los reyes.
Ha soñado la vasta red que tejen todas las arañas del mundo.
Ha soñado el arado y el martillo, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez.
Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica y que de hecho es cósmica, porque todas las cosas están unidas por vínculos secretos.
Ha soñado a mi abuela Frances Haslam en la guarnición de Junín, a un trecho de las lanzas del desierto, leyendo su Biblia y su Dickens.
Ha soñado que en las batallas los tártaros cantaban.
Ha soñado la mano de Hokusai, trazando una línea que será muy pronto una ola.
Ha soñado a Yorick, que vive para siempre en unas palabras del ilusorio Hamlet.
Ha soñado los arquetipos.
Ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa.
Ha soñado las caras de tus muetos, que ahora son empañadas fotografías.
Ha soñado la primera mañana de Uxmal.
Ha soñado el acto de la sombra.
Ha soñado las cien puertas de Tebas.
Ha soñado los pasos del laberinto.
Ha soñado el nombre secreto de Roma, que era su verdadera muralla.
Ha soñado la vida de los espejos.
Ha soñado la vida de los espejos.
Ha soñado los signos que trazará el escriba sentado.
Ha soñado una esfera de marfil que guarda otras esferas.
Ha soñado el calidoscopio, grato a los ocios del enfermo y del niño.
Ha soñado el desierto.
Ha soñado el alba que acecha.
Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres de agua.
Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido.
Ha soñado a Alejandro de macedonia.
Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro.
Ha soñado el mar y la lágrima.
Ha soñado el cristal.
Ha soñado que alguien lo sueña.

 

Sobre el presente poema: El domingo 16 de diciembre de 1984, La Naciòn de Buenos Aires, publicò “Alguien Sueña”, poema que a mediados de 1985 aparecìa incluìdo, con no pocas correcciones y adiciones, en el que iba a ser el ùltimo libro de poemas de Jorges L. Borges:  “LOs Conjurados”

La luna nos buscó desde la almena

por Antonio Gala Velasco

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La luna nos buscó desde la almena,
Cantó la acequia, palpitó el olvido.
Mi corazón, intrépido y cautivo,
Tendió las manos, fiel a tu cadena.

Qué sábanas de yerba y luna llena
Envolvieron el acto decisivo.
Qué mediodía sudoroso y vivo
Enjalbegó la noche de azucena.

Por las esquinas verdes del encuentro
Las caricias, ansiosas, se perdían
Como en una espesura, cuerpo adentro.

Dios y sus cosas nos reconocían.
De nuevo giró el mundo, y en su centro
Dos bocas, una a una, se bebían.

 

Arte: Los amantes de Marc Chagall

 

Me alquilo para soñar

Artículo de Gabriel García Márquez

(Publicado el  7 de septiembre de 1983, en El Paìs de Madrid)

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Me pregunto qué fue de ella. La conocí en Viena hace 28 años, comiendo salchichas con papas hervidas y bebiendo cerveza de barril en una taberna de estudiantes latinos, y se hubiera dicho que era la única austriaca legítima en la mesa, no sólo por su suculenta pechuga otoñal, sus lánguidas colas de zorros en el cuello del abrigo y el acento de quincallería con que hablaba un castellano primario. Pero no: había nacido en Armenia -la de Colombia- y se había ido a Austria muy joven, entre las dos guerras, a estudiar música y canto. En aquel momento andaba por los 40 años muy mal llevados, pues nunca debía haber sido bella y había empezado a envejecer antes de tiempo. Pero en cambio era uno de los seres humanos más simpáticos que he conocido en mi vida. Y también el más temible.Viena era entonces -y desde entonces lo fue para siempre- la ciudad de el tercer hombre. Una antigua ciudad imperial que la historia había de convertir en una remota capital de provincia, y cuya posición geográfica entre los dos mundos irreconciliables que dejó la segunda guerra mundial había acabado de reducirla a lo que fue Estambul en otro tiempo: el paraíso del mercado negro y el espionaje mundial. Carol Reed y Graham Greene no hubieran podido escoger un ámbito más adecuado para una gran película. Y para una gran novela, por supuesto, que es lo que queda en la casa para siempre después de que se encienden las luces del cine y sus hermosos fantasmas de carne y hueso empiezan a fugarse de la memoria. Pero tampoco hubiera podido imaginarme un ámbito más adecuado para aquella compatriota fugitiva que seguía comiendo en la taberna estudiantil de la esquina sólo por fidelidad a su origen, pues tenía recursos de sobra hasta para comprarla de contado con todos sus comensales dentro. Nunca dijo su verdadero nombre, pues siempre la conocimos con el que la conocieron siempre sus amigos más antiguos de Viena: Frau Roberta.

En esa época ya no le quedaba de su vocación de soprano sino la calidad de aceite tibio de la voz y la suntuosidad pectoral, de modo que no había en mi ninguna intención secundaria la noche en que se nos hizo más tarde que de costumbre y la invité a dar un paseo por el Danubio para ver si era en realidad tan azul como en los valses. No lo era, por cierto, como era fácil de imaginar, sino un torrente denso que no alcanzaba a reflejar la hermosa luna de primavera que se mantenía sin pudor en el centro del cielo. Yo, que siempre he sido un nostálgico a la defensiva, comprendí que un remoto viernes como hoy, cuando ya fuera incrédulo y viejo, iba a acordarme de aquella noche como una de las buenas noches de mi vida (y que tal vez lo iba a escribir, como acabo de hacerlo), y traté de convencerme desde entonces de que era una noche turbia e insípida que no merecería el homenaje de una nostalgia. Sin embargo, una vez más, el destino jugó sucio, porque no me mandó aquella noche sólo con el Danubio y con la luna, sino que me puso la trampa de Frau Roberta. Ahora, tratando de acordarme de ella, no he podido impedir el recuerdo de la noche en que ella estaba, y me parece injusto, pero irremediable. Porque fue en ese mismo instante cuando cometí la impertinencia feliz de preguntarle a Frau Roberta cómo había hecho para asimilarse de tal modo a aquel mundo tan distante y tan distinto de los riscos de vientos del Quindio, y ella me contestó con su verdad de un solo golpe: “Me alquilo para soñar”.

Era cierto. Muchos años antes, cuando la nieve se hizo más fría por el hambre, no apeló al recurso fácil de pedir un pasaje de regreso al calor de la patria y olvidarse para siempre de La Bohéme y de Tanhauser, sino que llamó a la primera puerta que le gustó para vivir y pidió trabajo. Le preguntaron qué sabía hacer, y también en ese caso contestó la verdad: “Sé soñar”. Aquella frase, que sólo un ama de casa austriaca estaba en condiciones de entender, no sólo cambió el rumbo de una honesta familia católica y pequeñoburguesa ejemplar, sino que fue el principio del bienestar y la fortuna de Frau Roberta.

En realidad, su único compromiso, como lo había propuesto, era soñar. No le costaba ningún trabajo, porque sabía hacerlo muy bien desde niña. Era la tercera de los hijos de un tendero próspero de algún pueblo cercano de Armenia -de cuyo nombre tal vez no quiero acordarme por prudencia- y desde que aprendió a hablar instauró en la casa la buena costumbre de contar los sueños en ayunas, que es la hora en que se conservan más puras sus virtudes premonitorias. Una vez, a los siete años, soñó que uno de sus hermanos era arrastrado por un torrente, y la madre, que todo lo creía, le prohibió al hijo lo que más le gustaba, que era bañarse en la quebrada. Pero Frau Roberta -que quién sabe cómo se llamaba en aquellos tiempos prehistóricos del viejo Quindio- tenía ya desde entonces un sistema original e intransmisible de interpretar los sueños. “Lo que ese sueño significa”, dijo, “no es que se vaya a ahogar, sino que no debe comer nada dulce”. La sola interpretación era una infamia cuando la advertencia era para un niño de siete años que no podía vivir sin sus postres. La madre, que nunca puso en duda la facultad adivinatoria de la hija, hizo respetar la advertencia con mano dura. Pero un mal día el hermano señalado se atragantó con una bola de caramelo que se estaba comiendo a escondidas y no fue posible salvarlo de una muerte atroz por asfixia.

Frau Roberta no pensó nunca que aquella virtud pudiera ser un oficio, hasta que la vida la agarró en Viena por la garganta y la obligó a apreciar las posibilidades comerciales de sus sueños. Fue aceptada en la primera casa en que tocó, sin que esa preferencia obedeciera a ninguna visión de la noche anterior -como sería fácil pensarlo-, porque su facultad tenía un límite, y era que servía para los otros pero nunca para ella misma. Empezó con un sueldo modesto, apenas suficiente para los gastos menudos, pero le dieron en la casa un buen cuarto y las tres comidas. Sobre todo el desayuno, que era el momento en que toda la familia se sentaba a conocer -dicho por ella según los sueños de la noche anterior- el destino inmediato de cada uno de sus miembros: el padre, que era un funcionario importante de la administración de correos; la madre, que era una mujer alegre y apasionada de la música de cámara romántica, y dos niños de 11 y 9 años. Todos eran muy religiosos, y por lo mismo, propensos a la superstición vergonzante. Y todos, hasta los niños, tenían el sentido del humor del padre, que recibió encantado a Frau Roberta en su casa. “Es un placer”, le dijo, “conocer a la única persona en este mundo que trabaja durmiendo”.

Se quedó para siempre. Durante muchos años, sobre todo en los más tremendos de la segunda guerra, cuando sus sueños se llenaron de obuses que significaban amenazas de dolencias hepáticas, y de aviones en llamas que significaban domingos apacibles, o carnicerías de trincheras que significaban tesoros escondidos en algún lugar de la casa. Por esa época soñaban tanto los miembros de la familia que ella hizo un esfuerzo sincero para aplicar su método de interpretación a los sueños ajenos. Pero fue inútil: sólo ella sabía soñar. De modo que con el tiempo sólo ella podía determinar a la hora del desayuno lo que cada quien debía hacer aquel día y cómo debía hacerlo, hasta que su voluntad terminó por ser la única admisible en la casa. Su dominio sobre la familia fue total, y aun el suspiro más tenue tenía la raíz en su almohada visionaria. Por los días en que la conocí había muerto el dueño de casa -liberado para siempre de la esclavitud del correo por una cuantiosa herencia que recibió al final de la guerra- y había tenido la elegancia de favorecer a Frau Roberta en el testamento, con la única condición de que siguiera soñando para la familia hasta donde le alcanzaran los sueños.

Mientras me contaba esta historia maravillosa frente al Danubio espeso no pude reprimir la sospecha de que Frau Roberta era tal vez la estafadora más feroz y original de cuantas habían pasado por el mundo. Y se lo di a entender del modo más delicado. “Lo único que quisiera”, le dije, “es saber si es verdad que usted sueña”. Ella me envolvió con una mirada de compasión. “Es verdad”, me dijo sonriendo. “Y por eso he venido esta noche, para decirte que anoche tuve un sueño que tiene que ver contigo: debes irte enseguida y no volver a Viena antes de cinco años”. En el primer tren de la madrugada, por supuesto, me fui para Roma. De eso hace 28 años -como ya lo he dicho- y todavía no he vuelto a Viena.

Copyright 1983. Gabriel García Márquez-ACI.

Vive

Autora: Idea Vilariño

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Aquel amor
aquel
que tomé con la punta de los dedos
que dejé que olvidé
aquel amor
ahora
en unas líneas que
se caen de un cajón
está ahí
sigue estando
sigue diciéndome
está doliendo
está
todavía
sangrando.

La ceremonia

por Julio Cortázar

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Te desnudé entre llantos y temblores
sobre una cama abierta a lo infinito,
y si no tuve lástima del grito
ni de las súplicas o los rubores,

fui en cambio el alfarero en los albores,
el fuego y el azar del lento rito,
sentí nacer bajo la arcilla el mito
del retorno a la fuente y a las flores.

En mis brazos tejiste la madeja
rumorosa del tiempo encadenado,
su eternidad de fuego recurrente;

no sé qué viste tú desde tu queja,
yo vi águilas y musgos, fui ese lado
del espejo en que canta la serpiente.

 

Arte.: “Amantes” de Ricardo Carpani (Argetina)

 

Elogio de la lengua castellana

Autora: Juana de Ibarbourou

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Oh, lengua de los cantares!
¡oh, lengua del Romancero!
te habló Teresa la mística,
te habla el hombre que yo quiero.

En ti he arrullado a mi hijo
e hice mis cartas de novia.
Y en ti canta el pueblo mío
el amor, la fe, el hastío,
el desengaño que agobia.

¡Lengua en que reza mi madre
y en la que dije: ¡Te quiero!
una noche americana
millonaria de luceros.

La más rica, la más bella,
la altanera, la bizarra,
la que acompaña mejor
las quejas de la guitarra.

¡La que amó el Manco glorioso
y amó Mariano de Larra!

Lengua castellana mía,
lengua de miel en el canto,
de viento recio en la ofensa,
de brisa suave en el llanto.

La de los gritos de guerra
más osados y más grandes,
¡la que es cantar en España
y vidalita en los Andes!

¡Lengua de toda mi raza,
habla de plata y cristal,
ardiente como una llama,
viva cual un manantial!