Mujeres de ojos grandes ( fragmento)

Angeles Mastretta

Mujeres de ojos grandes

 

Cuando la tía Carmen se enteró de que su marido había caído preso de otros perfumes y otro abrazo, sin más ni más lo dio por muerto. Porque no en balde había vivido con él quince años, se lo sabía al derecho y al revés, y en la larga y ociosa lista de sus cualidades y defectos nunca había salido a relucir su vocación de mujeriego. La tía estuvo siempre segura de que antes de tomarse la molestia de serlo, su marido tendría que morirse. Que volviera a medio aprender las manías, los cumpleaños, las precisas aversiones e ineludibles adicciones de otra mujer, parecía más que imposible. Su marido podía perder el tiempo y desvelarse fuera de la casa jugando cartas y recomponiendo las condiciones políticas de la política misma, pero gastarlo en entenderse con otra señora, en complacerla, en oírla, eso era tan increíble como insoportable. De todos modos, el chisme es el chisme y a ella le dolió como una maldición aquella verdad incierta. Así que tras ponerse de luto y actuar frente a él como si no lo viera, empezó a no pensar más en sus camisas, sus trajes, el brillo de sus zapatos, sus pijamas, su desayuno, y poco a poco hasta sus hijos. Lo borró del mundo con tanta precisión, que no sólo su suegra y su cuñada, sino hasta su misma madre estuvieron de acuerdo en que debían llevarla a un manicomio.

María la Judía

María la Judía, también conocida comoMaría la Hebrea o Miriam la Profetisa. Vivió entre el siglo I y el siglo III d.C. en Alejandría, fue la primera mujer alquimista.

Considerada como la “fundadora de la alquimia” y una gran descubridora de la ciencia práctica.

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Origen

Igual que sucedió con la mayoría de los adeptos o iniciados, la identidad de María la Judía ha llegado un tanto oscurecida. Algunos la asociaban con María Magdalena. Los alquimistas del pasado creían que era Miriam, la hermana de Moisés y del profetaAarón, pero las pruebas que apoyan esta pretensión son escasas.

La referencia más concreta de su existencia se da gracias a Zósimo de Panópolis, erudito alquimista de Alejandría que en el Siglo IV d.C. recopiló las enseñanzas de muchos iniciados anteriores para formar lo que llegó a ser una enciclopedia del arte hermético. En sus escritos es en dónde cita a María casi siempre en pasado, mencionándola como una de los “sabios antiguos”, y también describe varios de sus experimentos e instrumentos.

Georges de Syncelles, cronista bizantino del Siglo VIII, presenta a María como maestra de Demócrito a quien conoció en Menfis (Egipto) en la época de Pericles. El enciclopedista árabe Al-Nadim la cita en su catálogo del Año 879 d.C. entre los cincuenta y dos alquimistas más famosos, por conocer la preparación de la cabeza o caput mortum. El filósofo romano Morieno la llama “María la Profetisa” y los árabes la conocieron como la “Hija de Platón”,1 nombre que en los textos alquímicos occidentales estaba reservado para el azufre blanco. María pasa así a ser identificada con la materia que trabaja.

También se piensa que “María la Judía”, además de un ser personaje real, podría haber sido una firma empleada por uno o varios alquimistas hebreos anteriores a Zóstimo.

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Obras

Se sabe que María escribió varios textos sobre alquimia, aunque ninguno de sus escritos han sobrevivido en su forma original; sin embargo, sus enseñanzas fueron ampliamente citadas por hermetistas posteriores. Su principal obra conocida es “Extractos hechos por un filósofo cristiano anónimo”, también nombrada como “Diálogo de María y Aros”, en donde están descritas y nombradas las operaciones que después serían la base de la Alquimia. La leucosis (blanqueo) y la xantosis (amarilleo), una se hacía por trituración y la otra por calcinación. En esta obra se describe por primera vez el ácido de la sal marina y otro oxys (ácido) que se pueden identificar con el ácido acético. También aparecen varias recetas para hacer oro, incluso a partir de raíces vegetales como la de la mandrágora.

María era una respetada trabajadora de laboratorio que inventó complicados aparatos destinados a la destilación y la sublimación de materias químicas, así como el famoso Baño María.

Tribikos

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El Tribikos era una especie de alambique de tres brazos que se utilizaba para obtener sustancias purificadas a través de la destilación. Consistía en una vasija de barro que contenía el líquido que se iba a destilar, una mantera para la condensación del vapor (el ambix o alembic), de la que salían tres espitas de cobre, y frascos de vidrio para recibir el líquido. Una gotera o borde en el interior de la mantera recogía el destilado y lo llevaba a las espitas.1

No se sabe exactamente si fue María la judía quien lo inventó, pero este instrumento se le adjudica ya que la primera descripción de este fue hecha por ella, ésta descripción aparece en un escrito de Zósimo:

“He de describiros el tribikos. Porque así se llama el aparato hecho de cobre y descrito por María, la transmisora del Arte. Dice lo que sigue: Háganse tres tubos de cobre dúctil un poco más gruesos que los de una sartén de cobre de pastelero; su longitud ha de ser aproximadamente de un codo y medio. Háganse tres tubos así y también un tubo ancho del ancho de una mano y con una abertura proporcionada a la de la cabeza del alambique. Los tres tubos han de tener sus aberturas adap¬tadas en forma de uña al cuello de un recipiente ligero, para que tengan el tubo-pulgar, y los dos tubos-dedo unidos lateralmente en cada mano. Hacia el fondo de la cabeza del alambique hay tres orificios ajustados a los tubos, y cuando se hayan encajado éstos se sueldan en su lugar, recibiendo el vapor el superior de una manera diferente. Entonces, colocando la cabeza del alambique sobre la olla de barro que contiene el azufre y tapando las juntas con pasta de harina, colóquense frascos de cristal al final de los tubos, anchos y fuertes para que no se rompan con el calor que viene del agua del medio.”

Kerotakis

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El Kerotakis es el más importante de los inventos de María la Judía, es un aparato de reflujo usado para calentar sustancias utilizadas en la alquimia y recoger sus vapores. Es un recipiente hermético con una lámina de cobre suspendida en su parte superior para que el aparato funcionase correctamente todas las uniones debían estar ajustadas al vacío, el uso de tales recipientes en las artes herméticas dio lugar a la expresión “sellado herméticamente”.

María estudió los efectos de los vapores de arsénico, mercurio y azufre sobre los metales, ablandando e impregnándolos con colores. El kerotakis era la paleta triangular que usaban los artistas para mantener calientes sus mezclas de cera y pigmentos. María usó la misma paleta para ablandar metales e impregnarlos de color. Kerotakis llegó a ser el nombre de todo su aparato de reflujo, que consistía en una esfera o en un cilindro con una tapa hemisférica colocado sobre el fuego. Las soluciones de azufre, mercurio o sulfuro de arsénico se calentaban en un recipiente colocado cerca del fondo. Cerca de la parte superior del cilindro, suspendida de la cubierta, iba la paleta con la aleación de cobre y plomo (o de otros metales) que se iba a tratar. Al hervir el azufre o el mercurio, el vapor se condensaba en la parte superior del cilindro y el líquido volvía a caer, dando así un reflujo continuo. Los vapores de azufre o el condensado atacaban la aleación de metal, dando un sulfuro negro (“negro de María”) que se suponía representaba la primera etapa de la transmutación. Las impurezas se recogían en un tamiz mientras que los residuos (el sulfuro negro) volvían hacia la parte inferior. El calentamiento prolongado llegaba a dar una aleación parecida al oro, dependiendo el producto de los compuestos de metales y mercurio o de azufre empleados. El kerotakis también se usaba para la extracción de aceites de plantas, como el aceite esencial de rosas.

María la Judía y sus colegas creían que la reacción que tenía lugar en el kerotakis era una reconstitución mística del proceso de formación del oro que ocurría en las entrañas de la tierra. Su compuesto favorito de calcinación era el Rejalgar, un mineral de color rojo anaranjado compuesto de sulfuro de arsénico, que a menudo aparece en las minas de oro.

Posteriormente este instrumento fue modificado por el alemán Franz von Soxhlet que en 1879 creó el extractor que lleva su nombre, Extractor Soxhlet.

Baño María

Baño María es una de las técnicas rudimentarias más antiguas empleadas actualmente tanto en las operaciones de laboratorio químicos y farmacéuticos, como en procesos industriales y domésticos. Consiste en introducir un recipiente en otro mayor que contiene agua en ebullición y se utiliza cuando se quiere calentar una materia de forma indirecta y uniforme. Sirve, por ejemplo, para destilar sustancias volátiles o aromáticas y para evaporar extractos.5

Este es otro de los inventos de María, una especie de baño. El baño maría original era realmente un baño de arena y cenizas que calentaba otro recipiente con agua que a su vez calentaba al siguiente. El baño de arena tenía como objeto conservar mejor el calor que debía transmitir, ya que su temperatura podía ser superior a la del agua que hervía. Posteriormente a este aparato se le quita la arena quedándose sólo con el recipiente con agua, la cual deberá hervir y sus vapores serán capaces de calentar el otro recipiente que está dentro.

Los investigadores le atribuyen a María la Judía tanto el origen como el nombre de Baño María. Éste término fue introducido por Arnaldo de Vilanova en el Siglo XIV d.C.

Las otras mujeres de Leonardo

La Gioconda, Leonardo da Vinci,  1503-1506

La Gioconda, Leonardo da Vinci,  1503-1506

De La Gioconda mucho se ha hablado y especulado, quizás demasiado. De las mujeres de la vida real de Leonardo tampoco vamos a decir nada, ni sabríamos cómo. Excluimos también las representaciones varias que Leonardo hizo de María, madre de Jesús. Nos vamos a ocupar sólo de las otras mujeres a las que retrató Leonardo y como veréis no va a ser una tarea muy ardua ni extensa.

Ginebra de Benci

Este primer retrato data de 1474-1476 y se encuentra en la National Gallery of Art de Washington gracias a la buena suma que, para su adquisición, pagó este museo a la familia real de Liechtenstein. Se trata de un cuadro de pequeño tamaño, de unos 37 x 39 cm. Puede que en el pasado fuera algo más grande e incluyera las manos de la mujer.

La retratada parece ser Ginebra de Benci y se llegó a esta conclusión siguiendo las pistas botánicas que dejó Leonardo. Las ramas que enmarcan la figura son de enebro, cuyo nombre en italiano, ginepro, es fonéticamente muy próximo a Ginebra. En la parte posterior del cuadro hay una rama de laurel que se cruza con otra de palmera. Ambas encierran un lema en latín:Virtutem Forma Decorat, que quiere decir, La Belleza es el ornamento de la Virtud. Este emblema parece pertenecer a Bernardo Bembo, embajador de Venecia en Florencia que mantuvo con Ginebra una amistad platónica.

Ausencia de pestañas, cejas apenas presentes, mirada enigmática y vacía, luz en la piel, gesto duro y a la vez tranquilo, así pintó Leonardo a esta dama florentina a la que sus contemporáneos admiraban por su inteligencia.

La dama del armiño, obra de Leonardo da Vinci (1490). Fundación Príncipes de Czartoryski, Cracovia.

Pintado entre 1488 y 1490 este óleo sobre tabla es un poco más grande ( 40 x 55 cm) y se conserva en el Museo Czartoryski de Cracovia. Parece ser que no fue así como lo dejó Leonardo: en el fondo pudo haber un paisaje, hay retoques groseros en los dedos, lo que fue un velo transparente ha sido transformado en extraño peinado, hubo una ventana a la derecha que explica la luz tan intensa que ilumina a la Dama…Sea como fuese, el cuadro es de una intentísima belleza, la figura emana un encanto irresistible y brilla con luz propia.

La retratada es Cecilia Gallerani una joven amante de Ludovico Sforza, Duque de Milán. Parece que Cecilia y Leonardo se conocieron en 1484 en el Castillo Sforzesco de Milán donde ambos vivían bajo el techo de Ludovico, apodado el “Moro”. Cecilia además de ser joven y bella, interpretaba música y escribía poesía.

¿Por qué sostiene y acaricia Cecilia un armiño? Puede ser, de nuevo, un juego fonético de Leonardo: armiño en griego se pronuncia “galé” y el apellido de la dama era Gallerani. Puede ser una alusión a Ludovico en cuyo emblema había un «L’Ermellino», un pequeño armiño. Leonardo también pudo utilizar el armiño como elemento simbólico ya que podía representar la aristocracia, la estabilidad, la tranquilidad.

No sabemos a quién miran o escuchan Cecilia y su armiño, ni qué provoca la media sonrisa que se adivina en los labios de la bella joven. Parece haber una correspondencia estética entre el largo cuello de Cecilia y el de su mascota.

¿Cómo llegó el cuadro a Cracovia? Parece ser que tras la caída de Ludovico por la invasión de Luis XII de Francia, La Dama quedó en manos del rey francés, gran admirador de Leonardo y su último mecenas ( cabe recordar que da Vinci murió en Francia ). Durante la revolución francesa la obra fue adquirida por la familia Czartoryski que la instaló en su colección de Cracovia. Y allí sigue pese a algunos avatares que sufrió durante la ocupación de Polonia en la II Guerra Mundial (*).

La belle ferronière

Y llegamos al último retrato. Se trata de La Belle Ferronière pintada por Leonardo entre 1490 y 1495. Es un poco más grande que sus compañeras ( 44 x 62 cm) y se encuentra en el Museo del Louvre, donde, incomprensiblemente, recibe muchísimas menos visitas que la celebérrima Gioconda.

El nombre del cuadro es cuando menos curioso. Le Belle Ferronière era una de las amantes de Francisco I, rey de Francia y sucesor del antes mencionado Luis XII. El aparente consentidor ferretero (ferronier) se vengó contrayendo la sífilis que contagió a su mujer y ésta a su real amante. La Belle Ferronière dio su nombre a una joya que se puso de moda en Francia e Italia: una cadena o cinta en la frente que sujeta el pelo y se cierra delante con un camafeo o piedra preciosa. Se rumorea que la bella la llevaba para disimular los signos de su enfermedad.

El caso es que la dama pintada por Leonardo lleva esa joya y, por ella, se le puso ese nombre en siglo XVIII. La identidad de la retratada no está nada clara. Lo más probable es que se trate de Beatriz de Este, esposa de Ludovico el Moro, o de Lucrezia Crivelli otra amante del duque.

La mirada de la bella elude la del pintor y la del espectador y se fija en alguien o algo, presente o ausente, que sólo conocen ella y sus circunstancias. Una mirada no sabemos si de desafío o de melancolía porque las facciones son suaves, pero parecen reflejar decisión y temperamento, dulzura y tenacidad, juventud, experiencia y misterio.

Todo en el rostro de La Belle Ferronière está modelado con matices finísimos de luz y de sombra, reflejándose los tonos del vestido en el rubor de sus mejillas.

Tomado de: aliciaporamoralarte.blogspot.com.es

 

El irresistible encanto del cuento de hadas

El estreno de “Maléfica” revive la importancia del cuento popular para interpretar culturas, descifrar símbolos y determinar orígenes varios.

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El último fin de semana la exhibición de la película Maléfica convocó a 338.989 espectadores en los cines argentinos. Un éxito. Si se toman las cifras en otros países de América o Europa se repiten, duplican y demuestran que el filme tuvo una respuesta evidente en la masividad. Y también una convocatoria desde lo popular. Las historias con hadas siempre resultan atractivas y aunque se conozcan los guiones clásicos, el misterio persiste.

La Maléfica de Angelina Jolie tenía una carga extra. Es la historia del hada perversa de La bella durmiente y el relato transcurre desde su mirada. Es mala pero intenta redimirse y recomponer la situación para lograr el idilio que las audiencias esperan desde hace siglos. Este es un planteo inteligente para la recaracterización de la mercancía.

El cuento de hadas vende, interesa, gusta y hasta nos promete enseñanzas, mensajes, reflexiones y lecciones de vida. Las historias suelen ser tan inquietantes como atractivas. Y sabemos que las historias que leemos junto a nuestros hijos son en realidad versiones edulcoradas, muy distintas de aquellas historias temerarias del Medioevo. Allí se originaron las más clásicas que Disney se encargó de llevar hasta el empalago.

En el último medio siglo, el estudio académico de los cuentos folclóricos orales y los cuentos de hadas literarios han florecido en todo el mundo y parece haberse difundido de manera proporcional al auge irresistible que genera en ámbitos culturales y comerciales. “Caperucita Roja”; “La bella durmiente”; “Blancanieves”, “Hansel y Gretel”; “Cenicienta” son algunas de las historias más conocidas y persistentes que atraviesan culturas y mapas para explicar los orígenes, el porqué de cuestiones que la filosofía intentó responder a lo largo de su existencia.

Vivimos y respiramos cuentos de hadas, tienen vida propia que luego nosotros personificamos, dice Jack Zipes, autor de El irresistible cuento de hadas (FCE). “Los cuentos de hada comienzan con un conflicto: no estamos adaptados al mundo y debemos encontrar la manera de adaptarnos, adaptarnos a las demás personas; debemos inventar o encontrar el método, a través de la comunicación, de satisfacer y resolver los deseos e instintos en conflicto”, interpreta Zipes en su libro reciente publicado en nuestro país.

Uno de los autores que mejor analizó la función, estructura y origen del cuento popular ha sido el estadounidense Robert Darnton, especialista en el siglo XVIII francés y autor de La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (FCE). Darnton investigó el recorrido de estos relatos que fueron recogidos por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm a fines del siglo XVIII alemán que se volvieron célebres al publicar sus Cuentos de hadas . Darnton explica que en realidad tomaron los cuentos “El gato con botas”, “Barba azul” y “Caperucita roja” del relato de Jeanette Hassenpflug, una vecina y amiga íntima de ellos en Cassel; ella los había aprendido de labios de su madre, quien provenía de una familia hugonota francesa. Los hugonotes habían traído su repertorio de cuentos a Alemania donde habían huido de la persecución de Luis XIV. Pero no los habían tomado directamente de la tradición oral. Los habían leído en los libros de Charles Perrault, Marie Cathérine d’Aulnoy y otros escritores, cuando estuvieron de moda los cuentos de hadas en los círculos parisinos elegantes a fines del siglo XVII.

Perrault, a su vez, había tomado su material de la tradición oral de la gente común (se supone que su fuente principal haya sido la niñera de su hijo). Según Darnton, lo retocó para que se adaptaran al gusto de los refinados y cortesanos de los salones a los que dedicó su primera versión de Mamá Oca ( Contes de ma mère l’oye , 1697). Por eso los cuentos que llegaron a los Grimm, a través de la familia Hassnpflug, no eran muy alemanes ni representativos de la tradición popular. Desde luego, los Grimm reconocieron su carácter literario y afrancesado; por ello los suprimieron en la segunda edición de Kinder-und Hausmärchen, excepto “Caperucita roja”. Así, quedaban atrás las versiones del lobo sanguinario y violador y devino una historia que conservó cierta tensión pero con un, claro, final feliz.

Por su parte, las reinas y las princesas de la Baronesa D’Aulnoy (1651-1705) no recurren al dios cristiano ni a la Iglesia para que les conceda un hijo o las asista en el nacimiento, sino a las hadas. Si bien algunas de ellas pueden ser maléficas, los cuentos transmiten la idea de que “sólo las hadas pueden poner la casa en orden, poner fin al engaño y al abuso”.

El material que ofrecen las historias también tentó al psicoanálisis y esto generó una polémica aun persistente respecto del uso arbitrario de las versiones vigentes para el análisis sin tener en cuenta las traumáticas historias originales. Por lo menos así lo entienden los filólogos.

Bruno Bettelheim, autor de Psicoanálisis de los cuentos de hadas (Crítica) lee en “La bella durmiente” el despertar sexual. Dice que en los meses anteriores a la primera menstruación, y a veces algún tiempo después, las chicas dan muestras de cierta pasividad, parecen como dormidas y sumidas en sí mismas: así pues, parece razonable que un cuento de hadas, en el que se inicia un largo período de sopor al comenzar la pubertad, se haya hecho famoso durante tanto tiempo. “Los cuentos que como ‘La bella durmiente’ tienen por tema central la pasividad, hacen que el adolescente no se inquiete durante ese período de inactividad: se da cuenta de que no permanecerá siempre en aparente no hacer nada, aunque en ese instante parezca que este período de calma haya de durar más de cien años”. Y concluye “A pesar de las enormes variaciones en cuanto a los detalles, el argumento de todas las versiones de ‘La bella durmiente’ es que, por más que los padres intenten impedir el florecimiento sexual de su hija, éste se producirá de modo implacable. Además, los obstinados e imprudentes esfuerzos de los padres no conseguirán más que evitar que la madurez se alcance en el momento preciso. Este retraso en la maduración está simbolizado por los cien años de letargo de Bella durmiente, que separan su despertar sexual de la unión con su amante”.

El psicoanalista alemán Erich Fromm interpreta el cuento como un acertijo del inconsciente colectivo en la sociedad primitiva, y lo resuelve “sin dificultad” descifrando su “lenguaje simbólico”. Sostiene que el cuento se refiere a una confrontación de la adolescente con la sexualidad adulta. Su significado oculto se muestra en su simbolismo. Para Darnton en el caso de “Caperucita roja”, los símbolos que él encuentra en su versión del texto se basan en detalles que no existieron en las versiones conocidas por los campesinos de los siglos XVII y XVIII. “Saca mucho provecho de la caperuza roja (que no existe) como símbolo de la menstruación, de la botella (que no existe) que lleva la niña como símbolo de su virginidad, y de la advertencia (que no existe) de la madre a la muchacha de que no se aleje del camino ni se interne en despoblado, donde puede romper la botella. El lobo es el macho violador. Y las dos piedras (inexistentes) que son colocadas en la barriga del lobo por el cazador (inexistente) después de que saca a la niña y a la abuela, representan la esterilidad, el castigo por violar un tabú sexual. El psicoanalista nos introduce en un universo mental que no existe, por lo menos no antes del surgimiento del psicoanálisis”.

De todos modos se trata de una de las literaturas más persistentes y que, como señala el sociólogo Arthur Frank,“Puede ser que los cuentos no respiren de manera real, pero pueden dar vida”.

 

Nota publicada con fecha Junio 2014

 

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La memoria vacía

Autora: Carmen Boullosa

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1. Trato de oscurecer con mi sombra la tierra del exilio, mi
tierra, ocultarme a la memoria vacía.
No tengo origen.

Formo con mis hermanas un muro inabordable.
Nos cegamos a la tierra que alarga el día de luminoso júbilo,
a sus ojos brillantes donde brotan ciruelas jugosas
y dulces, los animales cálidos y huidizos;
al día de paredes traslúcidas, de corrales abiertos y campos
poseídos por el secreto que han murmurado las semillas al abrirse

He llegado al término de mi sombra: el día tiene abiertos los
muslos y se entrega al gozo insaciable de los hombres.

2. En medio de este estruendo,
del golpeteo de las alas locas del viento sobre el llano,
del silbido deslumbrante con el que el río corteja a las plácidas nubes,
los hombres recuestan su cuerpo amoroso sobre el torso del día,
hacen de la mañana al ritmo de su cuerpo.

Y nosotras,
hechas de un material que se resiste al cortejo del tiempo,
templadas en el silencio firme,
tratamos de permanecer
aunque no tenemos casa,
aunque estamos desprovistas frente al cauce ajeno.

Nos trenzamos entre nosotras los labios con los labios:
ésta es la palabra de las tres: nuestra palabra.

(Oigo un crepitar en el fuego: los pechos de las mujeres se desprenden
del deseo como frutos maduros. Los pechos de las mujeres:
panes recién cocidos.)

 

Imágen: “Memoria” de René  Magritte

Fotografiando la Gran Guerra

Christina Broom (1862-1936)

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La Primera Guerra Mundial fue uno de los primeros conflictos armados retratados con técnicas fotográficas. Imágenes que inmortalizaron momentos terribles de la historia. Tras aquellas cámaras rudimentarias, hombres y mujeres que ayudaron a crear un ingente fondo visual que ayudaría a las generaciones venideras a hacerse una idea de la crueldad de aquel conflicto global. Christina Broom fue una de aquellas personas, considerada la primera mujer fotoperiodista inglesa y de las primeras de la historia. Autodidacta y con una afición tardía, convirtió la necesidad de ganarse la vida en una profesión que no abandonó. A pesar de que Christina no estuvo nunca en el frente, sus imágenes de soldados consiguieron plasmar el temor, la incertidumbre y la desesperanza de aquellos hombres que marchaban a la guerra sin saber su destino. Christina Broom se convirtió también en testigo de los movimientos sufragistas y de alguno de los acontecimientos más importantes de la historia de su país.

Christina Livingstone nació el 28 de diciembre de 1862 en Chelsea. Christina adoptó el nombre de Broom al casarse con Albert Edward Broom en 1889. La vida tranquila de Christina, que tuvo una hija con Albert llamada Winifred, se vio alterada en 1903 cuando los negocios familiares con los que se ganaban la vida se fueron a pique. A esto se añadía un accidente sufrido por su marido por lo que fue ella quien tuvo que buscar una solución rápida a sus problemas económicos.

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Marcha de sufragistas fotografiada por Christina Broom

Fue así como a Christina se le ocurrió coger una cámara, aprendió a hacer fotografías más o menos profesionales de manera autodidacta y montó su primer negocio fotográfico vendiendo tarjetas postales a los visitantes de las Caballerizas Reales del Palacio de Buckingham. Su puesto de venta de postales debió tener un cierto éxito pues Christina permaneció en él desde 1904 hasta 1930. Christina creó un nuevo negocio familiar en el que, mientras ella realizaba las fotografías, su hija, que abandonó los estudios, le hacía de ayudante y su marido escribía los títulos a las imágenes. El mismo año de 1904, fue nombrada fotógrafa oficial de la H.M. Houshold Brigade.

Además de mantener el nuevo negocio familiar, Christina Broom empezó a inmortalizar acontecimientos sociales que observaba. Ya en 1903 había fotografiado a los príncipes de Gales en la inauguración del tranvía de Westminster. Años después también se convertiría en el testimonio gráfico de los movimientos sufragistas que tanto dieron que hablar poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial.

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Soldados y sus familiares fotografiados por Christina Broom

En 1912 Christina sufrió otro duro golpe en la vida al morir su marido. Junto a su hija Winifred, marchó a vivir a una nueva casa y adoptó el nombre profesional de Señora Albert Broom.

Cuando en 1914 se iniciaba la Gran Guerra, Christina quiso plasmar con su cámara la angustia de los soldados que marchaban al frente. Y, a pesar de que ella nunca estuvo en primera línea de batalla, sus imágenes de aquellos hombres a punto de jugarse la vida se convirtieron en un testimonio muy valioso de aquellos tiempos. Christina se convirtió así en foto periodista, una de las primeras de la historia, retratando a los soldados haciendo trabajos en sus cuarteles, curando a los heridos que llegaban del frente y preparándose para su propia partida.

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Soldados fotografiados por Christina Broom

Finalizado el conflicto, su fama como fotógrafa la llevó a trabajar con revistas como Illustrated London Newso The Sphere.

Con su vocación tardía, no fue hasta que tuvo cuarenta años que se puso detrás de una cámara, Christina Broom dejó imágenes para la historia no sólo de la Primera Guerra Mundial o de los movimientos sufragistas, sino también de momentos históricos como el funeral de la enfermera fusilada por los alemanes Edith Cavell o la coronació de Jorge V, además de retratar a miembros de la familia real y a personajes destacados de la vida política inglesa.

Christina Broom trabajó como fotógrafa hasta su muerte, acaecida el 5 de junio de 1939. Su obra permanece hoy en día custodiada por distintos museos de todo el mundo.

 

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Entrevista a Pablo Neruda

Último reportaje a Neruda (Fragmento)

“Pueblerino de América”

En el número 4 de la revista Crisis, el correspondiente a agosto de 1973, se publicó el que sería el último reportaje a Pablo Neruda. Fue realizado por su entrañable amiga Margarita Aguirre durante el mes de junio, tres meses antes del brutal golpe militar contra Chile y de la muerte del poeta. Neruda habló de su mundo, de la política, de Borges, de Perón, de la literatura, de la relación con las nuevas generaciones de escritores de entonces, de sus recuerdos de la Argentina y del peligroso desempeño de la derecha chilena. Testimonio de una época vital y crítica, la entrevista de Aguirre muestra a un Neruda preocupado, ante la indefinición de los intelectuales del mundo para combatir el crimen que se avecinaba sobre Chile.

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Cada día detesto más las entrevistas. No sé cómo pude dar la primera, pero después ya resultan un vicio y un abuso. Un vicio por parte de uno, un abuso por parte de los otros. Creo que las entrevistas literarias no conducen a nada. Las entrevistas son válidas preguntando a los cosmonautas las experiencias que tienen cuando regresan a la Unión Soviética o a Estados Unidos o cuando Cristóbal Colón, un poco antes, regresa de la América del Sur. Pero no veo ni el objeto ni la finalidad en molestarse y molestar a los poetas que están haciendo constantemente una sola cosa: poesía. Después resulta que estas entrevistas se van haciendo cada vez más rutinarias, se acumulan repeticiones, repeticiones de lo ya dicho por uno y por otros. Llega un momento en que en esta verbosidad provocada y artificial ya no sabe uno a quién le pertenecen las ideas. Por lo demás no tiene tanta importancia a quién pertenezcan o no.

Lo principal en estos casos parece centrarse siempre sobre algo que considero completamente inasible, que es el proceso literario, el proceso del trabajo poético, lo que se llama el camino de la creación. Todas estas palabras para definir la urgencia que tiene un verdadero escritor, para escribir su prosa o su poesía. Nunca entendí palote de este asunto, pero puedo decir que mi trabajo ha sido continuo desde que tuve uso de pluma, uso de lápiz, uso de papel, no por cierto uso de razón que todavía no la alcanzo. Pero desde que tuve a mi alcance los implementos necesarios nunca he dejado de hacer lo mismo y nunca me preguntaba por qué lo hacía ni podría explicarlo tampoco. Dentro de este trabajo, especial o espacial, mejor dicho, tendría que decirle que hay dos o tres factores que alteran de cuando en cuando esta cosa sistemática de mi trabajo (hablo de mí solamente, de mí en singular, ya que, por razones de su criterio o de la revista que a usted envía, parece ser que soy el tema en general de este coloquio). Una es la necesidad explosiva de escribir sobre ciertos temas de actualidad, sobre ciertos acontecimientos que, a la vez, son acontecimientos públicos, y que tienen tal circunstancia, decisión y profundidad dentro de uno, que lo llaman con urgencia a actuar en un determinado lugar poniendo todos los medios a su disposición.

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Otra cosa debe tomar en cuenta el poeta que está en contra de la preceptiva tradicional, o de la superstición tradicional o de la herencia lírica y romántica, es que el poeta debe también sobresalir a los compromisos que se le pidan, es decir, la poesía que se accede a hacer a petición de un determinado grupo humano, debe tener la calidad necesaria para sobrevivir. Esto es importante porque el orgullo pequeño burgués de los poetas, cultivado siempre por los de las clases que mandan en la sociedad capitalista, quiere hacer creer al poeta que su libertad resulta menoscabada si atiende una petición. Existe la poesía escrita a petición por la necesidad evidente de un poema y que éste resulte verdadero, imperecedero, o por lo menos que tenga la fuerza, el contenido y la poesía necesarios para servir en un momento de alimento y de ayuda a un grupo o a un sector que naturalmente está íntimamente de acuerdo con el poeta. Éste es un factor, es una orden que el poeta debe esforzarse en cumplir, y cumplir con decoro. En mi caso particular tengo conciencia que, muchas veces, poemas míos hechos y dirigidos, solicitados y pedidos han sido de los que más me han satisfecho hasta ahora.

¿Quiere usted hablar de Borges?
Sí, siempre quiere uno hablar de Borges, aunque sea un poco excesiva la atención que a veces se le dispensa, siendo él un hombre más bien quitado de bulla, no digamos un anacoreta, pero sí un hombre de probada austeridad. Es natural que la excelencia intelectual de Borges haga que su figura y su palabra sean siempre examinadas y vistas como si fueran tan translúcidas que pudiéramos penetrar hasta el otro lado de su sentido o de su transparencia. En los últimos meses muchos argentinos han recibido, con gran molestia y no poca ironía, sus palabras despectivas sobre la resurrección vital y plena del movimiento peronista, es decir, sobre el actual momento de transición libertadora que pasa el pueblo argentino. Hay que pensar, cuando se habla de Borges, que es natural que a uno no pueda satisfacerle jamás una actitud tan probadamente, tan empeñosa y cultivadamente reaccionaria como la de él. Hay algo en esto de su viejo narcisismo de escuela inglesa, y por ese motivo no debía preocuparnos. Claro, desconciertan si vienen de un hombre que, además de ser un gran escritor, es también un erudito y un ilustre archivero, puesto que fue el gran bibliotecario del país. Extraña que él no comprenda que esta época excepcional de la Argentina está llena de hechos, formulaciones, deseos insatisfechos, corrientes profundas. No se trata de “demagogia y tontería”, como Borges califica al movimiento actual, a la revolución argentina; tienen que ser muchos los factores, los matices y los alíneos, es mucha la profundidad documental, es mucha la riqueza fenomenal de la actualidad argentina. Yo creo que la Argentina no ha vivido una época tan interesante desde el tiempo de Sarmiento y Alberdi. Tal vez Borges debió pensar en estas cosas. Pero en este mismo momento, a pesar de sentirme y ser antípoda de sus ideas, yo proclamo y pido que se conduzcan todos con el mayor respeto hacia un intelectual que es verdaderamente un honor para nuestro idioma.

Naturalmente, su desacomodo con las ideas mayoritarias argentinas no sólo significa un desacuerdo con la Argentina: también significa un desacuerdo con lo más valioso del mundo, con lo que está creciendo en el mundo, con la insurrección anticolonialista, antiimperialista, con un ascenso de las capas populares que está aconteciendo en nuestra América y en el mundo entero. El desconocimiento de Borges hacia estas realidades argentinas es el mismo desconocimiento que él ha tenido hacia la realidad actual del mundo.

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El Canto general es una obra de enorme influencia. En ella no nombra usted a Perón. Dígame, compadre, ¿cuál es su juicio hoy sobre Perón y el peronismo?
La figura de Perón es una figura que toma las proporciones históricas que le da el pueblo argentino. En una época, el gobierno de Perón fue un gobierno profundamente anticomunista; es posible que haya habido una incomprensión de parte y parte, yo estoy en general en contra de todos los anticomunistas. Estoy en favor de todos los antifascistas y en contra de todos los anticomunistas. Todo anticomunismo, donde esté, es sospechoso; todo anticomunismo encubre un desacato hacia el porvenir humano. Esos son mis conceptos. Naturalmente, pueden discutirse, pueden dialogarse, pueden hablarse. Ahora, bajo el puente de Perón, como bajo mi propio puente, ha pasado mucha agua; son las aguas de la historia las que están pasando. Ni Perón es el mismo, ni Pablo Neruda, modesto poeta de Chile, es el mismo tampoco. Es decir, nuestra tierra va cambiando, la sociedad humana va cambiando, y yo creo que el peronismo de entonces no es el de ahora; es decir, que no será el peronismo de ahora. Ahora viene Perón o las ideas peronistas amarradas, como dije antes, al gran movimiento de liberación de los pueblos. Estamos atravesando una revolución histórica en profundidad. Naturalmente que éste es un momento de liberación para la Argentina. ¿Qué va a pasar? No lo sabemos bien todavía, la experiencia histórica nos dice que los momentos de transición son los más duros, los más difíciles. Deseo, para el movimiento justicialista y el momento actual de la Argentina, el desarrollo más esplendoroso y mejor, es decir, el que acomode más al pueblo argentino de acuerdo con su razón histórica y con el porvenir de la humanidad que, naturalmente, es un porvenir progresista y antiimperialista.

Se habla mucho de que usted es inmensamente rico.
Lo que gano -el editor lo sabe, que es el que hace mucho tiempo tiene los derechos de toda mi obra- es una suma bastante modesta, pero que me alcanza para vivir. De lo demás, todo se ha ido por mis manos comprando mis libros y comprando, de cuando en cuando, un mascarón de proa; no recibo rentas de ningún arriendo, no poseo acciones de ninguna parte, no tengo fortuna, no guardo depósitos en grandes bancos. En resumen, tengo lo que recibo de mi trabajo, eso es todo. Si esto suscita las simpatías de alguien, será de una persona que trabaje. Si esto suscita la envidia de otros, es, en general, de los que no trabajan. Entonces vamos a cerrar las compuertas de la maledicencia, del chisme sobre éste, sobre aquél, sobre mí y sobre los demás.

¿Pero a usted lo hiere la maledicencia?

De cuando en cuando -a pesar de que debiera estar curtido, de que debiera tener una piel de elefante-, de cuando en cuando me turba, me molesta, pero son cosas casi orgánicas. Yo soy un hombre del sur de Chile, debiera estar más acostumbrado al frío, nací y crecí en el clima frío del sur de nuestra América, y sin embargo, de repente me dan unos tiritones que no debiera tener y que me reprocho. Así me pasa también con la vanidad, que todavía sufre de algún pinchazo, de algún alfilerazo o de algún garrotazo.

¿Se definiría usted a sí mismo como una persona tímida?
Yo creo que sí, comadre, también tengo ese sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restaurantes, en las grandes recepciones, en palacios o embajadas, o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y me van a decir: “Usted qué está haciendo aquí, por qué no se va”. Siempre he tenido ese sentimiento -que no era desagradable- de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo. Y en realidad es así, no pertenezco.

Y con respecto a la timidez general hacia los hombres en la amistad, o hacia las mujeres en el amor, siempre la tuve. Es un sentimiento hermoso por dos cosas: para sentirlo y para vencerlo. En la amistad, muchos de mis mejores amigos me resultaron, en un principio, impenetrables, los sentí orgullosos; resultaba que ellos eran gente tímida como lo era yo, y no había aproximación. En el amor también; hubo muchas mujeres que me parecían absolutamente frías e inalcanzables, que me despreciaban de arriba abajo. Resultó hermoso hacer esa lucha contra mí mismo y contra ellas, y poder vencerlas o ser vencido.

Me gustaría preguntarle sobre sus recuerdos de la Argentina.
Bueno, mis recuerdos de la Argentina son un poco tristes, porque mis amigos han ido desapareciendo, y yo soy un hombre de amigos y la Argentina era, y seguramente seguirá siéndolo, un país de amigos. Un hombre de amigos y un país de amigos es algo serio, profundamente serio. Yo pongo la amistad como una de las dimensiones de mi propia vida.

En verdad la Argentina es para mí una época inolvidable y el recuerdo de Norah Lange o de Oliverio, de Raúl González Tuñón y de Amparito, y de la rubia Rojas Paz y su salón literario, al que acudíamos con Pepe González Carballo y luego vino Federico García Lorca… Después conocí más a Rodolfo Aráoz Alfaro, uno de mis más queridos amigos -también mi compañero-, hasta me tocó ser detenido e ir preso con él, lo que es en realidad una aventura impresionante para uno, y además promueve un vínculo fraternal más estrecho aun. Me acuerdo que era el tiempo de Aramburu, entonces a mí me llevaron preso y me incomunicaron en una celda, la más inaccesible, la más remota.

Ya no existe esa cárcel, compadre.
Yo la admiré mucho a esa cárcel porque nunca he visto tantas puertas de fierro como ésas. Conozco otras casas, castillos y residencias, pero esa cárcel tenía impresionantes rejas de fierro cada tres o cuatro metros, no se terminaba nunca de cruzar rejas. A mí me llevaron en una camilla y me dejaron encerrado allí. Al día siguiente, el diario La Prensa no se dio por aludido de que había centenares o miles de presos entre los cuales, modestamente, también estaba yo. El señor Gainza Paz es un gran farsante, y si no, búsquese en la colección de La Prensa de ese momento si hay siquiera la mención de un poeta preso que, por lo menos, tenía muchos amigos, era ciertamente conocido y tenía su editor en la Argentina.

Bueno, entre mis amigos argentinos de aquellos tiempos podría citar muchos, pero me gustaría también hablar de mis amigos en toda la América. Tengo amigos en México, en el Perú, en Venezuela, en el Ecuador, en el Uruguay, en Colombia, en Panamá, en todas partes. Naturalmente, también tengo grandes amistades en Francia, en Inglaterra, pero es en este continente donde están mis mejores recuerdos, mis grandes amigos. Yo soy un hombre local, provinciano de América, soy un pueblerino de Buenos Aires, soy un pueblerino de Santiago de Chile, soy un pueblerino de Temuco y de Parral, de donde vengo, del sur de Chile. También lo soy de los pueblos de Colombia o del Perú. Por todas partes yo siento el llamado de la sangre. La Argentina me atrajo siempre por sus contradicciones, por su extensión, por su belleza, por la cantidad de fenómenos curiosos y por sus diferencias con Chile.

Compadre, he leído estos días, en los diarios de Chile, un llamado suyo a los intelectuales. Me gustaría que los intelectuales argentinos también lo conocieran.
Es algo complicado explicar la situación chilena, sobre todo al extranjero, debido a la información tendenciosa de la prensa o a la falta de información que muchos puedan tener. Naturalmente, mi llamado tiene por objeto despertar la conciencia de los intelectuales -de los pueblos, primordialmente, pero también de los intelectuales- hacia lo que está pasando en mi país.

El final de mi llamado se dirige a los escritores y a los artistas de la América nuestra y del mundo entero. Estamos en una situación bastante grave. Yo he llamado, a lo que pasa en Chile, un Vietnam silencioso en que no hay bombardeos, en que no hay artillería. Fuera de eso, fuera del napalm, se están usando todas las armas, del exterior y del interior, en contra de Chile. En este momento, pues, estamos ante una guerra no declarada. La derecha -acompañada por sus grupos de asalto fascistas y por un parlamento insidioso, venenoso, una mayoría parlamentaria completamente opositora, adversa, estéril y enemiga del pueblo, con la complicidad de los altos tribunales de justicia, de la contraloría y los caballos de Troya que tiene dentro de la administración y que se han tolerado hasta ahora, de la gran prensa chilena está tratando de provocar una insurrección criminal de la cual deben tomar inmediato conocimiento los pueblos de América latina. Se trata de instaurar un régimen fascista en Chile. Han tratado de incitar a una insurrección del ejército, han tratado de recurrir al pueblo para obtener en las elecciones un triunfo que les permitiera derrocar al gobierno. No han conseguido ni conmover al ejército para sus fines mercenarios ni alcanzar la mayoría necesaria como para derrocar al gobierno. Es verdad que hemos tenido un triunfo popular extraordinario, es verdad que el presidente Allende y el gobierno de la Unidad Popular han encabezado de una manera valiente un proceso victorioso, vital, de transformación de nuestra patria. Es verdad que hemos herido de muerte a los monopolios extranjeros, que por primera vez, fuera de la nacionalización de petróleo de México y de las nacionalizaciones cubanas, se ha golpeado en la parte más sensible a los grandes señores del imperialismo que se creían dueños de Chile y que se creen dueños del mundo. Es verdad que podemos decir, con orgullo, que el presidente Allende es un hombre que ha cumplido su programa, es un hombre que no ha traicionado en lo más mínimo las promesas hechas ante el pueblo, que ha tomado en serio su papel de gobernante popular. Pero también es verdad que estamos amenazados. Yo quiero que esto lo sepan y lo recuerden mis amigos, mis compañeros, mis colegas de toda América latina, pero en especial de la Argentina, que conocen este caso porque han visto muchas veces en su historia regímenes de implacable dureza que han sido instaurados en contra de la voluntad y los derechos del pueblo argentino. Por eso yo llamo a una solidaridad que se debe manifestar en una forma militante, en una forma ardiente, en forma fraternal. Ese es el objetivo de mi llamado y yo la autorizo, mi querida amiga, a darlo a través de su revista.

Quiero agregar, por último, que una entrevista como ésta debió haberse mantenido en lo posible, y esencialmente, como una conversación espiritual sobre las perspectivas y las derivaciones de la cultura. Pero quiero decir a los lectores de Crisis que la vida política de mi país no me ha permitido limitarme de una manera idílica a temas que tanto interesan. Qué vamos a hacer. Mi posición es conocida y mucho me hubiera gustado hablar de tantos temas que son esenciales para nuestra vida cultural. Pero el momento de Chile es desgarrador y pasa a las puertas de mi casa, invade el recinto de mi trabajo y no me queda más remedio que participar en esta gran lucha. Mucha gente pensará ¡hasta cuándo!, por qué sigo hablando de política, ahora que debería estarme tranquilo. Posiblemente tengan razón. No conservo ningún sentimiento de orgullo como para decir: ya basta. He adquirido el derecho de retirarme a mis cuarteles de invierno. Pero yo no tengo cuarteles de invierno, sólo tengo cuarteles de primavera.

Fuente: Margarita Aguirre, Revista Crisis, N° 4, agosto de 1973

Los estragos en Hiroshima y Nagasaki 20 años después

Por qué se tiró la bomba atómica en Japón? ¿Fue una decisión militar de ‘último recurso’? ¿O fue una decisión geopolítica mirando hacia Moscú, que dio inicio a la Guerra Fría? Luego de lo que puede ser considerado el acto terrorista más grande de la historia mundial, la madre del presidente estadounidense Truman comentó: “Me alegra que Harry haya decidido terminar la guerra. No es un hombre lento. Llega pronto adonde va”.

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Mientras las tropas soviéticas y norteamericanas avanzaban hacia Berlín, el 1° de mayo de 1945, Hitler se quitó la vida y tres días después Alemania se rindió. Pero las batallas del Pacífico continuaron durante varios meses. Allí, la flota norteamericana avanzaba hacia el Japón, país que en 1941 había bombardeado Pearl Harbor, lo que significó el ingreso abierto por parte de Estados Unidos a la contienda bélica.

Sin la mediación soviética, el nuevo presidente Truman y Winston Churchill, desde Potsdam, exigieron el 26 de julio de 1945 la rendición japonesa, advirtiendo que si no lo hacía, pagarían con la “destrucción total”. Poco antes, el ejército norteamericano había probado la bomba atómica y la amenaza era concreta, también para los aliados, en vistas a los próximos acuerdos de paz.

El 6 de agosto, la aviación norteamericana arrojó la bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, al sur del Japón. El 14 de agosto, Japón aceptó las condiciones de Potsdam y el 2 de septiembre firmó una rendición formal. En Hiroshima, unas cien mil  personas  murieron en el acto, mientras más de 300 mil resultaron heridas, y fallecieron de forma horrible semanas o meses después. Casi todos eran civiles. Algo similar sucedió en Nagasaki tres días más tarde, el 9 de agosto de 1945. Todavía hoy se sienten los efectos radiactivos y las mutaciones genéticas. Meses antes, Tokio había sido también bombardeada con bombas incendiarias, en el raid aéreo más destructivo de la historia, que mató a más de 330 mil personas.

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De esta forma, los países de la civilización y el liberalismo, pusieron fin a una guerra y Estados Unidos dejaba definitivamente atrás su política de aislamiento en el continente. El avión B-29 Enola Gay, que arrojó la bomba sobre Hiroshima, todavía permanece en exhibición en el Museo Nacional del Aire y el Espacio norteamericano.

Recordamos aquel luctuoso acontecimiento  con algunos fragmentos de un artículo publicado en la Revista Primera Plana en julio de 1965. El entonces jefe de redacción de la revista, Tomás Eloy Martínez, recorrió las ciudades bombardeadas veinte años después y dejó un escalofriante testimonio de los estragos de la hecatombe.

Fuente: Revista Primera Plana, 20 de julio de 1965.

Desde Hiroshima y Nagasaki
Los sobrevivientes de la bomba
El 6 de agosto de 1945, a las 8 y cuarto de la mañana, la Era Atómica empezó con un estallido, en la ciudad de Hiroshima, Japón. En el primer segundo, 300 mil grados de calor inundaron la Plaza de la Paz, y cien mil personas cayeron muertas. El 9 de agosto, a las 11 y dos minutos, otra bomba más poderosa todavía —de plutonio— arrasaba el valle de Urakami, en Nagasaki, donde la población cristiana era dominante. Se había desviado tres kilómetros al este de su objetivo, los astilleros Mitsubishi, y el cataclismo fue por eso menos grave; 25 mil muertes instantáneas y 130 mil heridos. Lo que sigue es el relato que escribió el jefe de redacción de Primera Plana, Tomás Eloy Martínez, luego de recorrer largamente las dos ciudades, de hablar con decenas de sobrevivientes y de recoger la opinión de los médicos especializados en la enfermedad atómica.Bajo el cenotafio del Parque de la Paz, en el vientre de un arco de cemento donde todas las mañanas aparecen flores nuevas, todavía siguen fundiéndose con la tierra los andrajos y la sangre de doscientos mil hombres; allí, junto a las cartas que dejaron a medio escribir en los hospitales de emergencia, se vuelven amarillas las sembatsuru, las filosas cigüeñas de papel que les llevaban sus amigos para desearles salud y buena suerte; allí también, en Hiroshima, dentro de un bloque de piedra, se agolpan los nombres de los que cayeron repentinamente muertos un día de verano, hace veinte años, convertidos en agua, en quemadura, en fogonazo: los nombres que ahora se consumen entre cenizas y magnolias.

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Si uno se arrodilla, por entre las flores del cenotafio puede divisarse la cúpula de la Exposición Industrial, una mole de acero y mármol que se construyó en 1914. Pero ya el mármol es cansada arena que se desmorona sobre el río Motoyasu, y el acero de la cúpula, un esqueleto oxidado y retorcido, la corona fantasmagórica de una casa en ruinas. Más cerca, los cerezos lamen una especie de dedo inmenso, sobre el que una chiquilla de bronce abre sus brazos, con la cara vuelta hacia el río Ota, en las montañas. Junto a sus pies, en una hendidura hasta donde no llegan las interminables lluvias de julio, algunos cuadernos escolares fueron abandonados, como ofrenda. La chiquilla de los brazos abiertos se llamaba Sadako Sasaki y había nacido el 6 de agosto de 1945, en Hiroshima, a las 9 de la mañana, cuando su madre, cegada, llagada y sin fuerzas, no esperaba sino que ella naciera para morirse.

Sadako creció alegremente en una casa de Miyajima, a 16 kilómetros de la ciudad, y sólo cuando fue a la escuela por primera vez empezó a sentir una confusa melancolía por aquella madre que no había conocido. Le preguntó a Shizue, su prima, qué había pasado la mañana de su nacimiento. “El cielo se derrumbó y volvió a levantarse”, le contestaron. Sadako aprendió a leer, a coser y a pintar muñecas de yeso; parecía fuerte, aunque a veces un súbito mareo y una llamarada de fiebre la devoraban. Otro 6 de agosto, mientras festejaba sus 12 años, cayó desmayada. Murió a las dos semanas, de una leucemia fulminante, y la fotografía de su cara dormida, entre flores y muñecas de yeso, levantó en vilo a los escolares del Japón: todos los días, de las monedas que llevaban para su almuerzo, cada uno separaba un yen en memoria de Sadako. Fue con esos yenes que se alimentó su cuerpo de bronce, entre los cerezos del parque.

“Reposen aquí en paz, para que el error no se repita nunca”, dice una inscripción en la piedra del cenotafio. Pero ahora, ya casi nadie en Hiroshima quiere averiguar de quién fue el error y por qué lo cometieron. “Vi el avión desde Kaitachi 1, a las ocho y cuarto, y me pareció que se estaba estrellando contra el Sol —repitió tres veces Goro Tashima, un pescador, en el Parque de la Paz—. La bomba no sólo cayó sobre Hiroshima sino también sobre la conciencia de los Estados Unidos. Ellos y nosotros hemos salido perdiendo en esa guerra.”

“Si Japón hubiese tenido la bomba, también la hubiera arrojado sobre su enemigo”, imaginaron la señora Ooe y la señora Katsuda en el Hospital de Hiroshima. “Si la hubiésemos tenido…Pero no la tuvimos”, dijo el señor Muta Suewo en el Hospital de Nagasaki. “Yo no quiero imaginar nada”, protestó, en cambio, el señor Yukio Yoshioka, que tenía 15 años y estaba marchándose hacia el monte Hiji 2 cuando lo envolvió el resplandor atómico. “Sólo quiero quejarme de que la bomba mató a mi padre, y a mí me volvió inútil y estéril.”

Para que el error no se repita nunca. Ahora, en Hiroshima, las parejas se abrazan a la luz de la cúpula ruinosa, la única cúpula en pie desde aquel día en que la ciudad fue quemada por mil soles; un anillo de barcazas musicales, con sus faroles de papel, merodea por la ribera del Motoyasu, en el delta del río Ota, donde una vez cayeron todas las cenizas y las lágrimas del mundo; desde el Museo de la Paz, entre los frascos con tejidos queloides y las fotografías de criaturas transformadas en una brasa viva, se oyen los rugidos del cercano estadio de béisbol; el castillo de Mori Terumoto, que se desplomó aquella mañana de agosto como un sucio toldo de papel, está de nuevo erguido en su jardín, rehecho y resplandeciente; en sus casas, en los tranvías y en las tiendas, los hombres de Hiroshima jamás mencionan la tragedia, a menos que por azar vean sobre las espaldas o la cara de un caminante las cicatrices del feroz relámpago, el tejido gomoso y estriado que les reventó en la carne para protestar contra los cuatro mil grados de calor vomitados por el cielo. En las escuelas, los chicos sólo conocen confusamente esa historia; para ellos, el 6 de agosto de 1945 es apenas una lección de cien palabras en el libro de lectura, un cuentito fugaz que comienza del mismo modo en los textos de segundo grado y en los de quinto: “A las ocho y cuarto de la mañana, un bombardero B-29 de los Estados Unidos —el Enola Gay—, arrojó una bomba atómica en el centro de nuestra ciudad. Estalló en el aire, a 570 metros sobre el Hospital Shima. En los primeros nueve segundos, cien mil personas murieron y otras cien mil quedaron heridas.”

Vuelve padre, vuelve madre
Pero las cifras no sirven demasiado; las cifras dicen muy poca cosa cuando ellos, los sobrevivientes, muestran sin resentimiento ni queja, como si fueran de otro, sus ojos vaciados por el increíble resplandor, sus espaldas abiertas en canal, sus manos apeñuscadas y detenidas en una quemadura. “Yo me había levantado de una silla para hablar por teléfono —contó el señor Michiyoshi Nakushina, que era un comerciante de sake 4 en 1945—. La casa quedó llena de un fuego amarillo, y el fuego se volvió después azul y el azul se hizo rojo hasta que la ciudad, tan clara y sin nubes esa mañana, se hundió de golpe en una noche sucia”.

Las cifras dicen muy poca cosa pero, a veces, lo dicen casi todo: el 6 de julio pasado quedaban 80 mil sobrevivientes de la bomba en Hiroshima, y 65 mil en Nagasaki, la sexta parte de la población completa en cada ciudad 5. Algunos vivían a más de cuatro kilómetros del estallido: sus carnes fueron vulneradas por los vidrios de las ventanas, por las vigas que se derrumbaban, por las mesas que se partían en astillas; o quedaron indemnes, con la suficiente voluntad y fuerza como para olvidar el apocalipsis. “Ahora, en el hospital, ya estoy tranquilo. Me quieren, no tengo ningún deseo especial”, se resignaba Suewo-san 6, hace diez días. “Perdí mis dos hijos pequeños y perdí también el tercero, que iba a nacer en diciembre de 1945. Lo último que perdí fue el odio. Ya sólo me queda en el corazón una enorme necesidad de vivir —contaba la Señora Yaeko Katsuda—. Pero qué difícil es para nosotros vivir como los demás.”

Todos los sobrevivientes de la bomba saben que alguna oscura partícula de su condición humana les fue arrebatada aquel día de verano, hace 20 años: poco a poco fueron dándose cuenta de que estaban condenados al aislamiento y a la pobreza. Empezaron a ser sospechosos para las personas de quienes se enamoraban, a ser tratados como enfermos y engendradores de hijos débiles; durante meses —y a menudo, como Yoshioka-san, durante años enteros—, se despertaban en medio de la noche pensando que el amor y la felicidad les estaban vedados para siempre; en los astilleros, en la fábrica de automóviles Tokyokoyo y en los aserraderos de Hiroshima, sus empleadores los miraban con desconfianza, imaginando que un día de cada tres no irían a sus trabajos: de sobra sabían que la anemia, el cáncer de las tiroides, los disturbios del hígado y el cáncer de la piel acabarían por derribarlos. Y, en cierto modo, no les faltaba razón: en 1960, sobre un total de 278 gembakusho 7 hospitalizados, 58 habían muerto. Treinta de ellos estaban a más de dos kilómetros del epicentro.

No es del todo cierto que la Bomba y la muerte traten del mismo modo a los ricos y a los pobres. Hacia el Oeste de Hiroshima, sobre las márgenes del Ota, los habitantes de Burako 8 vieron el 6 de agosto cómo sus míseras chozas de madera quedaban reducidas a cenizas y a escombros por el viento atómico. Desesperados, sintiéndose de repente hundidos en un infierno más abominable del que conocían, recogieron los residuos quemados de sus viejos hogares, y empezaron a reconstruirlos con fragmentos de cinc y cañas de bambú, sin permitirse descanso: esa impaciencia, esa irrefrenable necesidad de defenderse, acabó por exponerlos a más radiaciones que la gente de otras áreas, situadas a la misma distancia del Hospital Shima. Los estadísticos calculan que el 85 por ciento de la comunidad recibió una radiación nuclear residual de 5-30 roentgen, mientras que sólo el 25 por ciento de Hirosekita-machi, 500 metros más próximo al centro del estallido, quedó expuesta a la misma dosis de radiactividad. Ahora, el 44 por ciento de los burako en condiciones de trabajar vagabundean hechos andrajos en las calles, con sus nidadas de huérfanos por detrás. “Sienten la vida como un prolongado suicidio”, dijo el doctor Yasuo Nakamoto, director del Hospital de Fukushima —el único de la comunidad—, hace un par de domingos, mientras la lluvia formaba nuevos ríos en las callecitas cenagosas del barrio.

Estos seres calcinados, aniquilados, temblorosos, han empezado a recortar flores de papel para el 6 de agosto. Casi siempre llovió ese día, a diferencia de 1945, y ya están acostumbrados a marchar por los puentes con sus paraguas de color naranja. Suelen ser 10 mil, pero este año esperan ser 20 mil por cada aniversario del cataclismo. Descenderán sobre la ciudad con sus grandes pancartas, con sus banderas blancas y sus tambores, por el puente sagrado de Kintai o por los dos puentes Heiwa, hacia un Parque de la Paz que estará lleno de azaleas y campanillas. “Así podremos calmar las almas de los que han muerto. Así podremos calmar nuestras propias almas”, repitió Yoshioka-san, como en una letanía.

Ese no será el final de este vigésimo aniversario, sin embargo. Cinco de los 20 mil hombres, o quizá los 20 mil, si tienen fuerzas, subirán a los trenes en la estación de Hiroshima, cantarán durante las siete horas que separan esa ciudad de Nagasaki, en la isla de Kiu-shu, y marcharán en procesión hasta el estadio de béisbol, en el medio de la esplendorosa bahía donde debió caer la bomba, un 9 de agosto. Para apaciguar a los muertos, arrojarán flores y sembatsuru al mar, y recibirán la noche con sus farolitos de colores.

 (…)

El muro y los tormentos
Las cifras dicen poca cosa, pero a veces lo dicen casi todo. En enero de 1965, el 42 por ciento de los trabajadores esporádicos en Hiroshima eran sobrevivientes de la hecatombe; cada uno de ellos, por condescendencia del gobierno japonés, recibía un dólar y medio de jornal. En febrero, el señor Akira Kuboyama, licenciado en Economía de la Universidad de Nagasaki, aprobó el examen de ingreso a una de las mayores empresas de la isla Kiu-shu. Pero durante el test médico, los investigadores percibieron formaciones queloides en sus hombros, y vetaron su contrato. En abril, la señora Yamaguchi protestó ante la Comuna de Hiroshima porque uno de los huérfanos a quienes apadrinaba había debido cambiar de trabajo diez veces en un año: cuando presentaba su tarjeta de salud con el rectángulo verde era implacablemente despedido.

No les es fácil ser reconocidos como enfermos atómicos, y hasta 1957 se negó oficialmente que sus anemias y cánceres tuvieran algo que ver con la explosión. Es que el 3 de setiembre de 1945, durante una conferencia de prensa en Tokio, el brigadier general Thomas Farrell informó que “ya nadie padece en Hiroshima y Nagasaki los efectos radiactivos de la bomba. Quienes los recibieron están muertos”.

http://www.elhistoriador.com.ar

 

La insoportable levedad del ser (Fragmento)

Autor: Milan Kundera

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Pienso en Tomás desde hace años, pero no había logrado verlo con claridad hasta que me lo iluminó esta reflexión. Lo vi de pie junto a la ventana de su piso, mirando a través del patio hacia la pared del edificio de enfrente, sin saber qué debe hacer.

Se encontró por primera vez a Teresa hace unas tres semanas en una pequeña ciudad checa. Pasaron juntos apenas una hora. Lo acompañó a la estación y esperó junto a él hasta que tomó el tren. Diez días más tarde vino a verle a Praga. Hicieron el amor ese mismo día. Por la noche le dio fiebre y se quedó toda una semana con gripe en su casa.

Sintió entonces un inexplicable amor por una chica casi desconocida; le pareció un niño al que alguien hubiera colocado en un cesto untado con pez y lo hubiera mandado río abajo para que Tomás lo recogiese a la orilla de su cama.

Teresa se quedó en su casa una semana, hasta que sanó, y luego regresó a su ciudad, a unos doscientos kilómetros de Praga. Y entonces llegó ese momento del que he hablado y que me parece la llave para entrar en la vida de Tomás: está junto a la ventana, mira a través del patio hacia la pared del edificio de enfrente y piensa:

¿Debe invitarla a venir a vivir a Praga? Le daba miedo semejante responsabilidad. Si la invitase ahora, vendría junto a él a ofrecerle toda su vida.

¿O ya no debe dar señales de vida? Eso significaría que Teresa seguiría siendo camarera en un restaurante de una ciudad perdida y que él ya no la vería nunca más.

¿Quería que ella viniera a verle, o no quería?

Miraba a través del patio hacia la pared de enfrente y buscaba una respuesta.

Se acordaba una y otra vez de cuando estaba acostada en su cama: no le recordaba a nadie de su vida anterior. No era ni una amante ni una esposa. Era un niño al que había sacado de un cesto untado de pez y había colocado en la orilla de su cama. Ella se durmió. El se arrodilló a su lado. Su respiración afiebrada se aceleró y se oyó un débil gemido. Apretó su cara contra la de ella y le susurró mientras dormía palabras tranquilizadoras. Al cabo de un rato sintió que su respiración se serenaba y que la cara de ella ascendía instintivamente hacia la suya. Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiró como si quisiera llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. De pronto tuvo la clara sensación de que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Se acostaría a su lado y querría morir con ella. Conmovido por esa imagen hundió en ese momento la cara en la almohada junto a la cabeza de ella y permaneció así durante mucho tiempo.

Ahora estaba junto a la ventana e invocaba ese momento. ¿Qué podía ser sino el amor que había llegado de ese modo para que él lo reconociese?

Pero ¿era amor? La sensación de que quería morir junto a ella era evidentemente desproporcionada: ¡era la segunda vez que la veía en la vida! ¿No se trataba más bien de la histeria de un hombre que en lo más profundo de su alma ha tomado conciencia de su incapacidad de amar y que por eso mismo empieza a fingir amor ante sí mismo? ¡Y su subconsciente era tan cobarde que había elegido para esa comedia precisamente a una pobre camarera de una ciudad perdida, que no tenía prácticamente la menor posibilidad de entrar a formar parte de su vida!

Miraba a través del patio la sucia pared y se daba cuenta de que no sabía si se trataba de histeria o de amor.

Y le dio pena que, en una situación como aquélla, en la que un hombre de verdad sería capaz de tomar inmediatamente una decisión, él dudase, privando así de su significado al momento más hermoso que había vivido jamás (estaba arrodillado junto a su cama y pensaba que no podría sobrevivir a su muerte).

Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera qué quería:

El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores.

¿Es mejor estar con Teresa o quedarse solo?

No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro.

“Einmal ist keinmal”, repite Tomás para sí el proverbio alemán. Lo que sólo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.

Fragmento de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, 1984. Parte 1, Capítulo 3.

Textos privados (fragmento)

Katherine Mansfield

buzon

 

Mal día… dolores terribles, etcétera, y debilidad. No pude hacer nada. La debilidad no era sólo física. Debo curar mi Yo antes de poder sanar… He de hacerlo sola y ahora mismo. Es la raíz de mi incapacidad de mejorar. No controlo mi mente. He aquí la gentil alondra harta de descanso, qué insoportable sería morir, dejar recortes, fragmentos, nada verdadero terminado.
(…)
Mi vecino de habitación tiene la misma queja. Cuando por la noche me despierto, lo oigo darse vueltas. Y entonces tose. Sigue en silencio y toso yo. Y él vuelve a toser. Y así sigue largo rato. Hasta que me da la sensación de que somos como dos gallos llamándose uno al otro en un falso amanecer.